Alan Ladd nació en Arkansas un mes de abril de 1913 en el seno de una familia de inmigrantes ingleses. Pudo disfrutar muy poco de su padre, ya que falleció cuando el actor contaba con tan solo cuatro años. Su madre tiró del carro cómo pudo, pero su inestabilidad emocional complicaba demasiado la convivencia familiar. Alan sufrió desnutrición de pequeño y psicológicamente quedó marcado para siempre. Cuando Ladd tenía veinticuatro años su madre se suicidó bebiendo veneno para hormigas. Un golpe terrible que le torturó hasta el final de su vida.
Llega «El cuervo»
La interpretación se convirtió en una vía de escape. Fue escalando puestos en el difícil mundo de Hollywood hasta que consiguió llamar la atención con su rostro bello e hierático. El pistoletazo de salida hacia el éxito le llegó en 1942, de la mano de Frank Tuttle con «El cuervo». Compartía cartel con la hermosa Verónica Lake, aún más bajita e inexpresiva que él. Eran la pareja perfecta. Los estudios se dieron cuenta y compartieron más de un título. En «El cuervo», Ladd interpreta a un frío asesino a sueldo que quiere vengarse de su jefe. El film fue un éxito y el actor quedó encasillado en el género negro.

En los años cuarenta se infló a interpretar películas puramente comerciales para que los ejecutivos de los grandes estudios se llenasen los bolsillos. Él también se los llenó, pero ni la cuarta parte de lo que lo hicieron ellos. Comenzó a ganarse mala fama a causa de su carácter depresivo y adicción al alcohol. El actor cada día iba sumergiéndose en un mundo más y más oscuro. No conseguía papeles de registros diferentes y según pasaban los años sus películas iban siendo menos taquilleras.
Un regalo envenenado
Alan deseaba probarse como actor y que el público reconociese su talento. En 1953 le llegó el gran regalo de «Raíces profundas». Encarnaba a un vaquero de buen corazón, llamado Shane, el cual había tenido que disparar su revolver en demasiadas ocasiones y deseaba cambiar de vida. Compartió cartel con Jean Arthur, Van Heflin, Brandon De Wilde y Jack Palance. Tanto talento junto hizo su magia y convirtió aquella película en una de las más taquilleras del año. Sólo ganó el Oscar a la mejor fotografía, pero se ha convertido en uno de los grandes clásicos del cine que los enamorados del séptimo arte amamos.

Alan Ladd recibió el reconocimiento que deseaba como actor…pero aquello resultó ser un regalo envenenado y volvió a ser encasillado en un perfil. El público deseaba ver todo el tiempo a Shane y no a Ladd. En 1954 intentó borrar de un plumazo a Shane con la película británica «El caballero negro», donde interpreta un caballero medieval un tanto repelente. No tuvo ningún éxito a pesar de contar también con la presencia de Peter Cushing. El público estaba encabezonado en verlo interpretar a Shane hasta el agotamiento. Con mayor o menor fortuna, Alan no dejó de trabajar en el cine hasta el día de su muerte en 1964. Solo tenía cincuenta años. Su esposa y agente , Sue Carol, encontró el cuerpo. Junto al actor había varias botellas de alcohol y barbitúricos. A la prensa se le contó que Alan había mezclado ambas cosas accidentalmente. Pero Sue tenía claro que su esposo había decidido dejar de sufrir y marcharse definitivamente.
