Paul Éluard en su salsa

Todos los poetas escriben para la posteridad. Lo lamentable es que la posteridad no los trata igual a todos, y eso, en ocasiones, nada tiene que ver con lo que llamaríamos la calidad de sus poéticas. El modo en que las generaciones leen a sus antepasados es algo subjetivo, y, por lo mismo, difícil de pronosticar. Pongamos por caso a Paul Éluard, uno de los poetas más importantes del surrealismo francés, ese movimiento que revolucionaría el pensamiento artístico del siglo veinte. Pues a Éluard hoy no se le lee como hubieran podido pensar algunos estudiosos de la poesía. Quizás no se le lea como su vasta obra merece, pero ese es un misterio con el que carga, de hecho, cualquier creación artística. Somos la posteridad del pasado, pero leemos con los ojos de hoy.

Quizás incluso el destino de Paul Éluard se explique con una frase de su propia pluma. En un artículo de 1924 se preguntaba el poeta que cuándo llegaría el tiempo en que los libros se leyesen por sí mismos, es decir, sin que mediaran los lectores. Lo que parece apenas un pedante juego de palabras, pudiera representar la agonía de un creador que se sabe mortal, a pesar del mito de la inmortalidad del arte. Nacido en 1895 y muerto en 1952, Paul Éluard fue testigo y actor en dos sucesos descomunales y opuestos del siglo veinte: la irrupción del surrealismo y la catástrofe del fascismo europeo.

París circa 1930.

PAUL ÉLUARD ENTRA EN SUS PROPIOS LIBROS

Su propia vida fue tormentosa. Contrajo de niño la tuberculosis, lo que le produciría con el tiempo varias recaídas. Fue excomulgado por los comunistas franceses. Hacia 1929 se le apareció en Gerona a Salvador Dalí junto a su mujer, Gala. Querían confesarle al pintor la admiración que sentían por su obra y por sus comentarios sobre la pintura y el surrealismo. A fin de cuentas, tanto el poeta francés como el pintor catalán eran acérrimos militantes surrealistas. Pero la rusa Gala hizo de mala gana el viaje de regreso. A la postre, correría a los brazos de Dalí, a quien juró que solo la muerte podría separarlos. Cumplió su juramento.

Para alivio quizás de lectores impresionables, deberíamos admitir que Paul Éluard, eso sí, sabía disimular muy bien su relación con la posteridad. La mejor explicación que dio sobre sí mismo es aquella en la que se declara un poeta de su tiempo, si bien no se pueden tomar sus palabras, lo que se dice al pie de la letra. De todas maneras, en una conferencia que pronunció allá por 1952, es decir, el propio año de su muerte, tuvo a bien afirmar que todo poema es de circunstancia, aunque los poetas deberían persuadirse de que, para que lo circunstancial tome un carácter eterno, es preciso que la circunstancia concuerde con el corazón y con el espíritu de quien escribe.

               Adiós tristeza.
               Buenos días tristeza.
               Estás inscrita en las líneas del techo.
               Estás inscrita en los ojos que amo.

Al olvido, según Paul Éluard, se le da batalla de cualquier modo, aunque el olvido, digo yo, nos deje jugar a la trascendencia y después se eche una siesta sobre nuestros míseros intentos.

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