Para llegar a Solaris

Hablemos nuevamente de cine de culto. De un director insobornable, a quien nada menos que Ingmar Bergman calificó como el mejor de todos: Andréi Tarkovski, y de Solaris, una de sus obras maestras. Otro ruso, considerado uno de los tres pilares de la ciencia ficción, o sea Isaac Asímov, usó para mofarse de la mayoría de los filmes del género una frase demoledora. “Muchos creen que las mejores películas de ciencia ficción son aquellas en que más naves espaciales estallan por los disparos de otras naves”, observó el escritor. Pues en Solaris no hay disparos y a la única nave espacial que vemos se le conceden apenas 3 minutos en escena.

La historia se desarrolla entre la Tierra y la estación espacial en la órbita de Solaris, un océano que, como se verá, interactúa con los astronautas. Debido a reportes de esquizofrenia entre estos, se decide el envío de un sicólogo, quien al llegar se encuentra con “personas” que no deberían estar en la estación. El sicólogo se va a dormir y al despertar descubre a su lado a Hari, su esposa, muerta una década atrás.

SOLARIS O ¿POR QUÉ TE METES CON UN MONSTRUO?

Los colegas del sicólogo, quienes habían permanecido largo tiempo en la estación espacial, tenían una teoría sobre aquellas apariciones. En su afán por estudiar el océano sobre el que orbitaban, lo bombardearon con rayos nucleares, a lo que este respondió de una forma cruel: entrando a sus memorias y enviándoles duplicados de seres cercanos del pasado. El sicólogo se empeña en retomar la relación con Hari, pero esta, poseída por una extraña lucidez, “comprende” que ella no es ella y se inmola para salvarlo.

De hecho, este es quizás el personaje más importante de Solaris, alguien que, no siendo, sufre como si fuera. Esa paradoja se entromete al menos en dos problemas simultáneamente: la esencia de la personalidad y las deficiencias de la percepción. Al sicólogo, en su afán por conservarla, no le importa la falsedad de Hari, pero ella sospecha que esa terrible ilusión acabará matándolo.

Solaris es una angustiosa reflexión sobre el sentido de la vida, el amor, y la manera en que se percibe la realidad. Con la fuerza visual característica de Andréi Tarkovsky, artífice de la metáfora, como las tomas del océano, aterradoramente hermosas o ―en el lado opuesto― la extensa secuencia del viaje en coche por los túneles de una ciudad que podría ser Tokio. Hay más metáforas, no precisamente visuales: la agonía del duplicado de Hari por no poder ser la auténtica esposa del sicólogo, sino apenas una copia, una matrix. He dicho bien, querido lector: una matrix, como la famosísima película de las hermanas Wachowski, estrenada 27 años después, lo que corrobora la clarividencia de los genios.

 

En 2002 Steven Soderbergh se enredó en un remake de Solaris que, como era de esperar, solo consiguió “desustanciar” la hipótesis de Andréi Tarkovsky, basada en la novela de Satnislaw Lem. A propósito, el afamado ―y censurado― narrador y ensayista Salman Rushdie declaró que, de conocer esa versión de Soderbergh, Andréi Tarkovsky se estaría revolviendo en su tumba.

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