Una pareja no muy bien llevada

El acuerdo entre el cine y la literatura es tan viejo y tan problemático como el cine mismo. Porque, a despecho de lo que algunos suponían cuando los hermanos Auguste Marie Louis Nicolas y Louis Jean Lumière dieron a conocer el cinematógrafo, el invento sería usado para contar historias. Como en la literatura, pero con el lenguaje de la luz y del movimiento. Y del montaje, para no pecar de inocentes.  De manera que la pareja conformada por los libros y el cine será mal llevada, pero jamás ha pensado en el divorcio.

Hubo un tiempo en que al guionista de Hollywood se le empezó a llamar “la puta barata”. Pues, aunque los guionistas son pieza medular del cine, nadie los ve. Y el cine tiene que ser visto. Por tanto, el guionista recibía ―y recibe, por eso sigue yendo a huelga― muy poca paga, en comparación con el elenco y con los directores. Pero alimentar al dragón que es la industria no es posible con una dieta a base de scripts (libretos) originales. Así que los guionistas comenzaron a enamorar ―a veces a depredar― las grandes historias impresas. Y surgió la pareja inseparable.

UNA PAREJA MAL LLEVADA

El problema es que al traducir de uno a otro lenguaje ―esto es, de la letra a la imagen― la historia escrita sufre violencia. Porque el lenguaje literario tiende a ser demorado y el cine pide a gritos movimiento. Menos explicaciones y más ejercicio. Cabalgatas, batallas, huidas, rictus, temblores, besos. Toda adaptación de un libro es en su esencia un saqueo, en busca de paquetes de acción. Los grandes directores detestan, por ejemplo, la descripción de los estados de ánimo. Están convencidos, con razón, de que el ánimo en el cine se expresa con gestos, con actitud. Así que la pareja cine-literatura se formó para que los guionistas dejen los libros en el puro hueso, en virtud de la acción.

Desde La guerra y la paz y Anna Karénina, del conde Tolstói y mucho antes, desde los poemas del ciego Homero, los libros son piezas de caza para el cine. Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, Madame Bovary, de Gustave Flaubert; casi todo Dickens, las peripecias del doctor Sherlock Holmes y mucho más han sido objeto de un sinnúmero de adaptaciones para la gran pantalla. La novela El padrino, de Mario Puzo, que apareció en 1969, le rindió a Francis Ford Coppola nada menos que para una trilogía, cuya primera entrega es de 1972, a escasos tres años de la publicación del libro.

La pareja cine-literatura es indestructible. Una metáfora de los matrimonios que sufren uno a causa del otro, pero no se divorcian, porque saben compensar los daños. Recordemos, por ejemplo, que una de las candidatas actuales a los Oscar, la película Oppeheimer, es una adaptación de la biografía del hombre que lideró el proyecto de la bomba atómica.  Y así ad infinitum. Mientras haya libros habrá cine. Si se acabaran los libros… habría ―o no habría― que (qué) ver.

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