La última jornada en Luxor fue muy intensa y llena de visitas fantásticas. A las 6 de la mañana nos pusimos en marcha, ya que a las 2 de la tarde debíamos coger un vuelo a El Cairo. Lo primero que visitamos fueron los colosos de Memnón. Dos gigantesca figuras de Amenhotep III, vigilando la ribera occidental del Nilo. Después nos dirigimos al templo funerario de Hatshepsut, una gran reina egipcia, quien dijo que los dioses la habían convertido en hombre, para poder reinar siendo respetada por todos. Fue inteligente y buena gestora de su reino, superaba a todos los varones de la época. Su templo funerario es majestuoso, los capiteles de sus columnas son la cara de la diosa Hathor, y domina uno de los paisajes más hermosos de Egipto. Fue otros de los lugares que me conmovió.
La grandiosidad del Valle de los Reyes
Luego nos encaminamos al Valle de los Reyes, otro de los sitios que ansiaba conocer tras verlo tantas veces en mis libros de la universidad. No quedé defraudada. Visitamos tres tumbas, eran de fácil acceso y francamente bellas. Algunas con unos frescos vistosos, parecían recién pintados. Dentro de la tumba, podías encontrarte a algunos señores con turbante. Se supone que están para vigilar, pero no. En realidad te persiguen e intentan contarte trolas sobre la tumba, con la esperanza de que les sueltes unos euros. Huía de ellos como de las acelgas cocidas, no me quedaba demasiado dinero, y aún tenía que ir a Alejandría.
Al terminar la visita volvimos al barco para buscar las maletas. Durante el trayecto vimos de pasada la casa donde vivió Howard Carter, un par de años, hasta que halló la maravillosa tumba de Tutankamón, cuyos maravillosos tesoros podéis admirar en el museo egipcio de El Cairo. Pensé en aquel hombre allí, con las momias de los faraones como vecinos, desesperado por encontrar la tumba del faraón niño. Gracias señor Carter por su perseverancia.
No doy propinas a bordes
Por cierto, entre visita y visita, vi a los integrantes de mi grupo hacer movimientos extraños para darle una propinilla a nuestro guía durante el barco. Este no era como Abdallah, sino un borde engreído que nos trataba como a tontitos. Perdón, pero yo doy mis propinas a quien me trata bien. No fue bien acogido por el grupo que decidiese no darle nada, seguramente me convertí en la rata española. Pero me dio igual. Aunque creo que el guía del barco me puso dos velas negras y echó sobre mí la maldición de Anubis.
Rápidamente nos dirigimos hacia el aeropuerto y cogimos el vuelo a El Cairo. Era mi primera tarde libre en muchos días y decidí quedarme en el hotel tocándome las pestañas…al día siguiente tenía que viajar a Alejandría. ¿Encontré los restos de su antigua biblioteca? En el siguiente post os lo contaré.