Fotos: Chema Pombo
Mi último viaje en Egipto sería a Alejandría. Estaba deseando conocer una ciudad mítica como aquella, donde había existido una de las bibliotecas más impresionantes del mundo. La fundó Alejandro Magno, y se convirtió en la principal ciudad cultural del mundo antiguo. Primero fuimos a las catacumbas, montones de tumbas vetustas, el suelo lleno de agua podrida y unos tablones no menos podridos para dar la vuelta al lugar. Es necesario visitarlo, pero la humedad del sitio casi me provoca un desmayo. Solo lo evitó la expectativa de caer en agua infecta, en la cual, no descarto que haya monstruos marinos desconocidos.
Después, nos acercamos a ver la columna de Pompeyo. Hay quienes dicen que es aquí donde estaba enterrado Pompeyo, otros que es una de las columnas de uno de los pórticos de la biblioteca de Alejandría. Nuestro guía se inclinó por la primera versión. Era un lugar agradable, desde donde podías ver las casas desconchadas de la mítica ciudad.

Acercarnos al mar fue una bocanada de aire fresco para mí, a pesar de la suciedad que imperaba por todos los lugares. Vimos de lejos la Ciudadela de Qaitbay, que nos hubiese encantado acercarnos y recorrerla, pero nuestro guía nos dijo que no estaba permitido…algo que no estoy segura fuera cierto. Era un lugar agradable, gente pescando, niños saliendo del cole que te miraban con deseo de hacerte muchas preguntas. Sin embargo, fue una visita breve.
¡Rápido, rápido!
A la velocidad del rayo nos acercamos a la moderna biblioteca de Alejandría. Enorme, moderna, millones de libros a la disposición de los ciudadanos. Sentada en uno de los pupitres, estudiando, una mujer con el velo. Toda de negro, tapadas incluso las manos, me enterneció tanto verla. Tras visitar tan majestuoso edificio, llamaba la atención ver a toda una familia, en la calle de al lado, sentada en unos cartones comiendo sin importarles los transeúntes. Era una especie de picnic urbano.
Me saltaré la visita a los jardines del rey Farouk, porque en realidad fue un mete-saca. Te meto en el coche, te dejo bajar cinco minutos y ahora nos vamos corriendo a comer. El restaurante era un lugar elegante con vistas a una pequeña cala. Allí, las mujeres se bañaban vestidas y los hombres como les daba la gana. No comí mucho porque tenía el cuerpo revuelto, pero sí me tomé un té con hierbabuena que me pareció exquisito.
No me disgustó el viaje a Alejandría, pero sí quizás esperaba algo más…de solera. A las 5 nos marchamos a El Cairo, donde nos esperaba un tráfico tan infernal, que ríete tú de la M-30 en la operación salida del verano. Hasta las próximas crónicas…