Cruza los dedos, que ahí viene Poe

Y puesto que entramos de lleno en la Semana Negra, el afamado festival literario y cultural de Gijón, que este año transcurre entre el 7 y el 16 de julio, hablemos sobre el causante de todas esas tesis acerca de la literatura policial y sus vecinos, al menos en la época actual.  Se trata, nada más y nada menos, de Edgar Allan Poe, un tipo maltratado por el destino, pero hecho para brillar como genio. Poe dotó a las letras de su país y del mundo con algunos cientos de páginas que ahora se nos antojan inmortales. Había nacido en Boston, Estados Unidos, en 1809 y no viviría para regodearse en la fama. Tuvo que escribir intensamente, no porque presintiera lo corto de su existencia, sino porque necesitaba alimentarse. Poeta, crítico y novelista, fueron sus cuentos los que pusieron el sello definitivo a su originalidad. El terror y la intriga habrían de ser sus recurrencias.

SEÑOR DE LOS ESPECTROS

La pobreza y las desgracias familiares parecen lugares comunes en la vida de muchos de los grandes creadores que en el mundo han sido. Mark Twain, James Joyce o Anna Ajmátova son apenas ejemplos a la mano, de entre tantos otros. El norteamericano Edgar Allan Poe no desmentiría esa misteriosa veta de los hombres y mujeres de talento. Abandonado primero por el padre, muerta la madre al poco tiempo, fue adoptado por una pareja que no le prodigó demasiada comprensión. Trabó amistad con el alcohol y, casi al mismo tiempo, con la literatura. Publicó en 1927 y bajo el seudónimo de Un bostoniano, un libro de versos titulado Tamerlán y otros poemas, que resultó un fracaso económico. Hombre de espíritu práctico, entendió que solo las narraciones cortas podrían reportarle algún dinero, gracias a su demanda en las revistas de entonces. El genio de Poe recibía así la orden de alistarse.

Foto del autor

BORRACHO, POBRE Y DESCOMUNAL

Maestro de la narración breve, Edgar Allan Poe insistió, para bien de la literatura de terror, en los intercambios desesperados de algunos hombres con el más allá, así como en los crímenes más extravagantes, para bien de la literatura policial. Sus piezas, lejos de la exageración efectista, son misteriosos estudios de las almas puestas en tensión por el miedo y, quizás también, por las desviaciones de sus afectos. Fue un mal poeta, según Jorge Luis Borges, quien no le excusaba ni su famoso poema “El cuervo”, aparecido en 1845 en el periódico New York Evening Mirror.  Pero el cuento “Los crímenes de la calle Morgue”, publicado por Graham´s Magazine, revista de Filadelfia, en 1841, le conquistó el derecho de precursor de la narración policial.  Todo el que vino después, dígase Arthur Conan Doyle, Agatha Christie o Maurice Leblanc, recibió los hábitos de manos de Edgar Allan Poe. Él, que llegó con trabajo a los cuarenta años, pues el pulseo con el alcohol lo extinguió sin remedio. Murió en 1849 en Baltimore, y Stephane Mallarmé lo llamó “el dios intelectual del siglo XIX”.    

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