Darío el conquistador

Cuentan que el gran Miguel de Unamuno le escribió en una ocasión: “Lo que yo veo es que usted trata de decir en español cosas que en esta lengua nunca han sido dichas y que difícilmente puedan serlo”. Si se mira bien, no es común en los grandes creadores esta reticencia ante lo nuevo, pero Unamuno la cometió. Sagaz y erudito como era, se confesó desconcertado por los versos de quien estaba llamado a revolucionar el decir poético más allá, incluso, del perímetro de la Hispanidad. Legalmente se llamaba Félix Rubén García Sarmiento, y nació en Metapa, Nicaragua, el dieciocho de enero de 1867. La posteridad habría de conocerlo por un nombre más escueto, bellamente pretencioso: Rubén Darío. A partir de su obra la lengua española se hizo más profunda. 

TODA LA FUERZA DEL AZUL

A Rubén Darío le estaba concedido entronizar en español el movimiento conocido como el Modernismo, que liberaba a la poesía de un lastre de lógica y estados previsibles. Su libro Azul, publicado en Chile en 1888, marca el inicio del movimiento modernista hispanoamericano y sigue siendo uno de los monumentos literarios de la lengua. El espíritu de los versos de Darío ha punzado el carácter de muchos poetas posteriores, incluidos los españoles Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Puesto que no era rico, tuvo que ganarse la vida como diplomático y como periodista. Su prosa y su lírica guardan  la influencia de estilos rotundos, como los de los franceses Paul Verlaine y Víctor Hugo, el del colombiano José Asunción Silva o el de José Martí, poeta y patriota cubano, quien, de hecho, veía en Darío a un hijo literario.

Tumba de Rubén Darío.

El nicaragüense, que viviría perseguido por las deudas, firmó un pacto vitalicio con el alcohol. Así lo confesaría: “He conocido los alcoholes todos: desde los de la India y los de Europa hasta los americanos, y los rudos y ásperos de Nicaragua, todo dolor, todo veneno, todo muerte”. Vivió además para ver morir a tres de sus hijos. En La Habana, en 1910, intentó quitarse la vida. A pesar de su alcoholismo y de su pobreza, recorrió casi toda América, Francia y España.

En todas partes se le tributaron homenajes. Entre sus libros imprescindibles es preciso citar además Prosas profanas y otros poemas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905). Con su nombre de rey, Rubén Darío regresó a su Nicaragua natal para morir el 6 de febrero de 1916. Pero si no deseas quedarte con el sabor metálico de la muerte, recuerda sus versos:

                  Margarita, está linda la mar,
                  y el viento
                 lleva esencia sutil de azahar;
                 yo siento
                 en el alma una alondra cantar…

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