Dylan: la respuesta está en el viento

Cuando en 2016 Bob Dylan recibió el Premio Nobel de Literatura, la mitad de los enterados manifestó su desacuerdo. ¿Era que no quedaban candidatos de valía entre los escritores verdaderos? ¿Se marginaba a poetas, narradores y ensayistas por cuestiones extraliterarias, es decir políticas? Como reacción inmediata hubo en territorios de la hispanidad quienes sugirieron que para próximas ediciones se postulara a trovadores como Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat o Joaquín Sabina, habida cuenta de la excepcional calidad de sus letras.

LA ACADEMIA ROMPE SUS REGLAS

La importancia de los textos de Dylan fue precisamente el motivo de la Academia Sueca (la Svenska Akademien, fundada en 1786 por Gustav III como garante de las buenas prácticas lingüísticas) para coronar al cantante.  Y si de texto se trata, ahí el norteamericano Bob Dylan resulta poco menos que insuperable. Se inició en la música como cantante folk en la década de 1960 y enseguida confirió a sus canciones un contenido social, lo que entonces se denominaba canción protesta. En su caso se trata de un sucesor moderno de los trovadores medievales, más que de un brillante ejecutor de su instrumento, como lo serían Mark Knopfler o Eric Clapton. Buen compositor sí que lo es, dueño de arreglos innovadores por muchos motivos.

Pero hay algo que, aunque parezca dicho con grandilocuencia, alude al espíritu de una nación. Ese espíritu, que suele ser contradictorio, tiene sin embargo asideros concretos en la historia, el paisaje o las costumbres. Transmitirlo sin frivolidad es virtud de pocos y entre esos anda Bob Dylan hasta hoy. A sus 82 años (nació en mayo de 1941) parece insuperable a la hora de cantar la esencia de la gente común de los Estados Unidos y, por extensión, de cualquier otro rincón del mundo.

PIEDRAS RODANTES

La gente común ―recordado sea― también se hace preguntas abstractas, y por ello hay canciones como “Blowin´in the Wind” y “Like a Rolling Stone”. La primera de ellas es de 1962 y parece un manifiesto contra la insensibilidad hacia desastres como la guerra y la opresión. La segunda es de 1965 y se ha convertido en un hito, no ya de la música, sino de la cultura popular en su conjunto. El propio Bob Dylan la calificaría como “un extenso vómito”, que más tarde musicalizó para la posteridad.

Photo by John Cohen/Getty Images

Erudito, perspicaz, enciclopédico sin soberbia, Dylan es un estudioso de los géneros de la música popular y por ellos se ha movido con un sentido innovador e irónico. No es que carezca de estilo. Es que su estilo empieza por el reconocimiento de que la música es lo que está más allá de las convenciones, aun cuando, para comodidad de los manuales, se deje clasificar. La Academia Sueca, para argumentar el Nobel concedido en 2016 a Dylan, lo califica de creador de “nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”. En eso tienen razón los señores académicos. Y si la tienen en eso, ¿qué más da que Kazuo Ishiguro haya debido esperar un año más para adjudicarse su propio Nobel en 2017?    

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