El enigma del Hindenburg: ¿Sabotaje o accidente?

El general alemán de caballería Ferdinand von Zeppelin, comenzó la construcción de su primer dirigible en 1889 y lo finalizó un año más tarde. Los globos aerostáticos siempre le habían atraído, y en su mente comenzó a dar vueltas la posibilidad de convertirlos en dirigibles.

Tras años de investigación, logró realizar su sueño. La nave medía 128 metros de largo y doce de diámetro. Su combustible era el hidrógeno, y se dirigía por medio de dos timones que se encontraban a popa y proa.

Tanto los pasajeros como la tripulación, viajarían en dos góndolas de aluminio suspendidas en la parte delantera y trasera. El primer vuelo la realizó en julio de 1900, el cual duró diecisiete minutos. Seis años después se decidió que la aeronave estaba preparada para realizar un viaje de veinticuatro horas . Fue todo un éxito. A partir de entonces se prestó más atención a los dirigibles. El objetivo era convertirlos en un medio de transporte útil para la población civil, aunque los militares fueron los primeros en meter la cuchara. Con el tiempo, se llegó a crear una compañía de transporte aéreo, y en 1919, ya habían viajado en dirigible más de 35.000 pasajeros de manera satisfactoria.

La parte más oscura de los inicios del dirigible es que se utilizó para bombardear territorio inglés durante la I Guerra Mundial. Como eran armatostes muy lentos fácilmente alcanzables por la artillería enemiga, dejaron de usarlos con este objetivo. A von Zeppelin no le hacía ni la más mínima gracia que su invento se usase con fines bélicos, en realidad, su ambición siempre fue que el dirigible realizase viajes transatlánticos. Una manera agradable de viajar por el mundo. Lamentablemente, Zeppelin murió en 1917 y no pudo ver su sueño cumplido.

El general von Zeppelin
El general von Zeppelin

Hugo Eckener, el sucesor

Eckener fue gerente de la compañía Luftschiffbau Zeppelin y comandante del modelo de dirigibles Graf Zeppelin. Se convirtió uno de los personajes más importantes de la época, sobre todo después de que viajase con la aeronave al rededor del mundo y al Ártico. Su deseo era convertir a los zepelines en medios de transporte seguros, comerciales y atractivos para el público. Aunque sería una forma de viajar que únicamente se podrían permitir las personas con un alto nivel adquisitivo.

En 1933 llegaron los nazis al gobierno, algo que disgustó enormemente a Eckener. No escondía su antipatía por ellos, lo cual le supuso ser considerado persona non grata y que su nombre no se volviese a mencionar. Descartaron asesinarlo porque el comandante gozaba de una gran reputación tanto dentro como fuera de Alemania y hubiera supuesto un gran escándalo.

Hugo Eckener
Hugo Eckener

Sin embargo, los nazis sí se sintieron interesados por las naves que construía Eckener. Decidieron seguir financiando los proyectos que tenía entre manos porque lo vieron como una manera de promocionar la grandeza del nuevo régimen. Aunque no fuese nombrado, Eckener continuó trabajando en la compañía. Estaba enfrascado en la construcción del LZ 129, el dirigible que sería conocido como el Hindenburg.

El increíble Hindenburg

La nave fue bautizada con el nombre del segundo presidente de la República de Weimar porque Hitler no quiso poner el suyo a algo que podía caerse del cielo. Siempre tuvo al diablo de su parte. El dirigible se terminó de construir en 1935. En un primer momento, Eckener prefirió que el combustible fuese el helio ya que era mucho menos inflamable que el hidrógeno. Sin embargo, por aquel entonces dominaban el mercado del elemento los norteamericanos y no estaban dispuestos a vendérselo.

El comedor del Hindenburg
El comedor del Hindenburg

El Hindenburg era tan largo como tres Boing 747 y tan alto como un edificio de trece plantas. Llegó a tener capacidad para 75 pasajeros y 61 tripulantes. Las habitaciones del pasaje se encontraban dentro de la nave y no en góndolas como al principio. Se construyo la envoltura con la máxima seguridad de la época para evitar la electricidad estática. Cualquier chispa podría desencadenar una catástrofe.

El nuevo dirigible acabó siendo todo un éxito comercial. Cruzó en diecisiete ocasiones el Atlántico, fue capaz de llevar 160 toneladas de carga, y viajaron en él cerca de tres mil pasajeros. Los nazis lo usaron en 1936 durante los Juegos de Berlín para que sobrevolase el estadio olímpico con una gran esvástica impresa junto a la cola. Algo que repugnó a Eckener. El Hindenburg ya no era el orgullo alemán sino el orgullo nazi.

El salón del Hindenburg
El salón del Hindenburg. (AP Photo)

El día de la catástrofe

El LZ 129 era una maravilla por dentro. Disponía de un espléndido comedor donde se servían menús de lujo con los mejores vinos europeos. Tenían varios chefs que cocinaban en hornos eléctricos. Disponían de un hermoso salón con un mapamundi dibujado en la pared, y una sala de fumadores con un mechero eléctrico disponible para todos los viajeros. Además, poseía unos espléndidos miradores a través de los cuales se podían admirar el paisaje entre las nubes.

El 3 de mayo de 1937, el Hindenburg salió de Fráncfort con destino a la base militar de Lakehurst en Manchester, Nueva Jersey. La travesía había sido bastante agradable, aunque sí es cierto que habían tenido que vérselas con fuertes ráfagas de viento y no pudieron aterrizar cuando tenían planeado debido a las tormentas eléctricas. Llegar con retraso era algo que estaba afectando especialmente al capitán Pruss, quien no dejaba de tener en mente que en ese momento representaba al régimen nazi y todo tenía que ser perfecto.

El 6 de mayo, tras comunicar al capitán que las condiciones meteorológicas habían mejorado, decide comenzar la operación de aterrizaje. En tierra, esperaban un centenar de hombres para coger las cuerdas que soltase el dirigible y amarrarlas. Cada uno cobraba un dólar al día.

Nadie de la tripulación se había dado cuenta de que existía una minúscula rotura en la zona de almacenaje del hidrógeno. Parece ser, que al soltar una de las cuerdas se produjo una chispa debido a que la tormenta eléctrica no había cesado del todo. Fue suficiente para comenzase un incendio en la zona de popa. En solo treinta y dos segundos el Hindenburg fue devorado por las llamas.

El accidente del Hindenburg.
El accidente del Hindenburg. (AP Photo/Philadelphia Public Ledger, HO)

Retransmisión en directo

El periodista Herbert Morrison estaba en Lakehurst para retransmitir la llegada del Hindenburg. Había decidido llevar una cámara que se había comprado recientemente. Deseaba tener un recuerdo del evento. Así que lo grabó absolutamente todo. Cuando sucedió, lo fue narrando con la voz entrecortada. Vio como muchos de los viajeros y tripulantes saltaron del dirigible huyendo de las llamas. También fue testigo de las terribles quemaduras de algunas de las víctimas. La nave se prendió tan fácilmente como una cerilla. Murieron trece pasajeros y veintidós tripulantes, viajaban 97 personas. Dentro de la tragedia, fue un milagro que no hubiera más víctimas mortales.

Eckener quedó devastado, él siempre creyó que la culpa había sido del capitán por querer aterrizar cuando las condiciones no eran del todo buenas. Se inició una investigación por parte del régimen nazi, ya que la posibilidad de que hubiese sido un atentado siempre estuvo sobre la mesa. No se descubrió nada relevante. Aquello, aunque aún se siguiera viajando en dirigible durante un tiempo, acabó con la vida de los zepelines. Realmente se hubieran extinguido aunque no hubiese sucedido el accidente, imposible competir con los aviones desde el punto de vista comercial y tecnológico.

El accidente fue una trágica premonición de lo que sucedería con el III Reich. No se prendió un dirigible con el nombre de uno de los mayores criminales de guerra, pero allí estaba la esvástica y fue la primera en ser pasto de las llamas. Por eso en un primer momento se pensó en un boicot. Los nazis, lejos de sentirse apesadumbrados por la pérdida de vidas humanas, se tomaron el accidente como un puñetazo a su orgullo y un fracaso propagandístico.

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