Es cierto que los relatos de horror son tan viejos como —digamos— La odisea, del ciego Homero. Quizás el hombre, ante lo insólito, haya obrado una especie de metáfora sobre el miedo, que es, entre otras cosas, una reacción ante la idea del fin. Pero debemos coincidir en que fue Mary Shelley la primera escritora en dar al terror una sugerencia lógica; científica, si se nos permite la inofensiva exageración. De tal modo, su novela Frankenstein o el moderno Prometeo puede ser —y de hecho, lo ha sido— catalogada como la primera obra del vasto género de la ciencia ficción. Pero ¿a qué viene una afirmación tan contundente?, podríamos replicar. Pues al detalle de que fue Shelley la primera en recurrir a los avances científicos para desarrollar su imaginación. Significa que, aunque fantástico, su libro se atreve con la lógica de lo probable.

NACIDO COMO EN BROMA
Mary Shelley, que primero se llamó Mary Wollstonecraft, era, por 1816, la joven amante del gran poeta y filósofo inglés Percy Bysshe Shelley, con quien luego contraería matrimonio. Cuenta un pasaje bastante difundido que el famoso Lord Byron —romántico en el verso y en la vida— llevó a unos amigos a pasar una temporada en Villa Diodati, una mansión a orillas de un lago, en Ginebra. Entre los invitados se encontraban Percy Shelley y la atractiva Mary. Durante una velada, alguien propuso una especie de reto: contar historias de terror, pero historias originales, creadas in situ por los propios contertulios. De allí surgió Frankenstein, la saga del monstruo hecho de jirones humanos, que después simbolizó, entre muchas otras cosas, al hombre que es destruido por sus propios actos. Con su publicación el 1 de enero de 1818 su autora, Mary Shelley, comenzaba a labrarse un lugar en la posteridad.

ANATOMÍA DE UN SUCESO
La inglesa Mary Shelley, autora de la famosa novela del doctor Frankenstein, se valió para su libro de algunos experimentos que el anatomista italiano Luigi Galvani llevó a cabo en la década de 1780. El científico había descubierto que los músculos de las patas de las ranas muertas reaccionaban a la electricidad con fuertes contracciones. Medio siglo después, por obra de la ficción literaria, un osado médico insuflaba vida a un hombre hecho de retazos, a quien reanimaba con descargas eléctricas.
Nacía de aquel modo el temible Frankenstein, quien, privado de la felicidad, decidió vengarse en su propio creador y, por extensión, en la raza humana. Mary Shelley llevaba a los extremos la lógica de un resultado científico y nos legaba una perdurable reflexión sobre la ética, el miedo, el desafío a Dios, la felicidad y el alcance de las aspiraciones terrenales.