Cuando hablamos de naufragios, el primer nombre que se nos viene a la cabeza es Titanic. El desastre naval más famoso del mundo que prácticamente ha conseguido opacar al resto. Lamentablemente, en 1916 un barco español sufrió la misma suerte que la embarcación británica en aguas del Atlántico, pero en este caso, fue cerca de la costa de Brasil. Nos estamos refiriendo a uno de los grandes orgullos de la industria naval española: el Príncipe de Asturias.
El Príncipe de Asturias fue uno de nuestros grandes barcos de principios del siglo XX junto al Infanta Isabel de Borbón y Reina Victoria Eugenia. Tristemente, el primero solo pudo demostrar su grandeza durante un año y siete meses. Tenía capacidad para 1.770 pasajeros y 193 tripulantes. La primera clase no tenía nada que envidiar a la del Titanic. El «Príncipe», poseía una estupenda biblioteca, salones de fumar y camarotes enormes que parecían apartamentos. Según los periódicos de la época, un pasaje en primera clase costaba tres mil pesetas. Toda una fortuna en aquella época.
El naufragio
El barco salió del puerto de Barcelona el 19 de febrero de 1916. Su destino era Buenos Aires, y haría escala en Valencia, Almería, Cádiz y Las Palmas de Gran Canaria. El vapor no iba del todo lleno, solamente habían comprado billete 395 pasajeros, aunque se supone que viajaban muchos más en calidad de polizones. Estaban en plena I Guerra Mundial y muchos europeos se colaban en los barcos para huir a América. En viaje transcurría alegre y tranquilo. Nada hacía presagiar lo que ocurriría apenas unos días después.
Todo ocurrió el 5 de marzo de madrugada. Ya el día antes, al ser las condiciones meteorológicas un tanto adversas, el capitán ordenó aminorar la marcha. Estaban cerca del puerto de Santos ,en Brasil, lugar en la que harían una nueva parada. Cuando decidieron ir al puerto, había una niebla considerable y llovía. Esto les impedía ver y ubicar correctamente el faro do Boi. Su luz era indispensable para conseguir llegar al muelle. Estuvieron navegando a ciegas durante un tiempo considerable hasta que de pronto, y para su sorpresa, apareció a menos de una milla el faro. Los nervios se apoderaron de la tripulación, los cuales apenas tuvieron tiempo para reaccionar.
El capitán Lotina Abrisqueta dio la orden de «todo a babor» para evitarlo. Sin embargo, no pudo lograr esquivar los arrecifes de Ponta de Pirabura. La colisión fue tremenda. La sala de calderas quedó completamente inundada, lo cual provocó una serie de explosiones. Cinco minutos después hubo otra gran explosión que fue la que hundió definitivamente al vapor.

Los supervivientes
Las explosiones y el agua hirviendo que llegaba de la zona de las calderas acabó casi con todo el pasaje. Solamente consiguieron salvarse cincuenta y siete. De los 193 tripulantes, consiguieron salvar la vida ochenta y cuatro. El hecho de que se salvaran más tripulantes que pasajeros fue objeto de polémica en su día. El capitán pereció. El segundo oficial Onzain y Urtiaga, no solo consiguió sobrevivir sino que además fue uno de los grandes héroes de la tragedia. Se puso al mando de un bote salvavidas y consiguió salvar a unas cien personas de morir ahogadas.
Algunos, muy pocos, consiguieron llegar a la costa nadando. Corre el rumor de que algunos habitantes de zonas cercanas al naufragio se dedicaron a robar y saquear en vez de auxiliar a las victimas. Nueve horas más tarde apareció un carguero llamado Vega, el cual es el que informa de la catástrofe e intenta socorrer a los supervivientes. Después llegaría el P. de Satrústegui. Este último ya poco pudo hacer en lo que se refiere a labores de salvamento. Se limitó a llevar a su destino a los pocos pasajeros que quedaron del barco siniestrado.

Realmente no se llegó a comprender del todo qué pudo pasarle al Príncipe de Asturias. Parecía absolutamente desorientado en aquella madrugada, ya que era muy extraño que navegasen tan cerca de los arrecifes. Las investigaciones que se realizaron fueron precarias, no hubo una versión oficial de los hechos y la tragedia se fue olvidando poco a poco. Como un mal sueño que se desvanece al despertar. Hay quien dice que la tripulación estaba demasiado alegre para pilotar correctamente, luego están los que creen que aquel accidente fue provocado para robar unos supuestos lingotes de oro que el barco llevaba para Argentina. Todo rumores.
El pecio del barco no se encontraba a gran profundidad, sin embargo, a día de hoy no hay ni un solo pedacito porque fue absolutamente saqueado y dinamitado por los expoliadores de la zona. Del Príncipe de Asturias ya no queda nada. Casi ni el recuerdo.
