Fotografías: Cortesía E. Gallud Jardiel.
Mi amor por el teatro de Jardiel Poncela viene desde pequeña. No lo recuerdo con claridad, pero podría apostar mil doblones de oro a que mis primeras referencias sobre el dramaturgo vinieron de la elegante mano de nuestro cine clásico. Cómo no rememorar aquella maravillosa adaptación de «Eloísa está debajo de un almendro», dirigida por Rafael Gil y protagonizada por Amparo Rivelles, Rafael Durán, Guadalupe Muñoz Sampedro y Alberto Romea. La crème de la crème de la época. La película es uno de nuestros clásicos, un recital de buen hacer interpretativo.
El humor de Jardiel Poncela fue un revulsivo en aquellos años tan complicados de nuestro país. Jardiel, creo un nuevo estilo dentro del humor que no envejece con el paso del tiempo. Sin embargo, como sucede con tantos otros, los españoles hemos sido poco agradecidos con el autor. Lo fueron sus coetáneos, y ahora no nos estamos quedando atrás. Jardiel, afortunadamente, nos dejó un gran legado cultural y también un nieto con el mismo ingenio que su abuelo: Enrique Gallud Jardiel.
Gallud Jardiel es Doctor en Filología Hispánica. Ha escrito más de doscientos cincuenta libros, es profesor universitario y además dirige la Compañía Teatral Barbieri. Es una de esas persona que aprovecha las veinticuatro horas del día como pocos. Necesito pedirle consejo urgente al respecto… Enrique es un hombre con un excelsa cultura. Lo mejor de todo es que no desea atesorar todos sus conocimientos solo para él, sino que le encanta compartirlos con los demás. No creáis que es lo normal. Muchos intelectuales usan su gran cultura para levantar una de sus cejas mientras nos miran con desaprobación, y por encima del hombro, a los demás. Gallud Jardiel es humilde y cercano. Un maestro del humor inteligente.
«En España tenemos mal humor. Nos gusta reírnos de los demás pero no toleramos las bromas»
Enrique, tu abuelo dijo: «El humor como patria, la risa contra la estupidez», ¿crees que en España se goza de buena salud en lo referente al sentido del humor?
No, es muy triste. Uno de los males de nuestro mundo actual es que nos estamos tomando demasiado en serio. Hemos perdido la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Creo que el humor es un vehículo de unión con los demás y de bonhomía. Cuando tú te ríes de ti mismo, de tus defectos y también de los del otro, te acabas perdonando esos defectos y consecuentemente los del otro. Si tú eres muy intransigente y consideras que las cosas de este mundo son muy serias, puedes llegar a hacer el mal con esa seriedad.
El diálogo y la diversidad están bien, pero la intransigencia es lo que lleva a la violencia a y los males del mundo. Cuando ves la vida con humor, te haces más tolerante y conformista. Reconoces la imperfección del ser humano. No somos personajes de tragedia sino de comedia. En España estamos perdiendo eso. Estamos pasando una época de excesiva corrección política. Hay que ir con pies de plomo y eso es malo, es necesario relajarnos un poco. En definitiva, en España tenemos mal humor. Nos gusta reírnos de los demás pero no toleramos las bromas.
Quizás nos cuesta diferenciar el humor de la burla…
Sí, pero no olvidemos que también existe un humor bajo. Aquel que ofende y suele reírse de cosas como los defectos físicos. Esas cosas no son de buen gusto. Es el humor más fácil que se le ocurre a cualquiera. Eso no es bueno, pero tampoco lo es ofenderse por todas las cosas porque imposibilita la creación literaria. Evidentemente, tú puedes hacer daño con el humor. Sin embargo, las palabras no deberían asustarnos, quizás, eso parte de un complejo. Si yo sé que soy feo, que me lo llamen no me puede molestar. Y si soy guapo, tampoco, porque soy consciente de que es una mentira.
¿Consideras que tener el sentido del humor agudizado es un signo de inteligencia?
Así es, para entender el humor tienes que tener un nivel mínimo. Retrotráete a la Prehistoria, y piensa en un señor en su cueva. No conoce la risa. Conoce el miedo, el dolor… y así durante milenios. Para reírte de algo debes llegar a un nivel de evolución intelectual mínimo. No es tan fácil. Para reírte de un juego de palabras, tienes que poseer un gran dominio de la lengua. Si te ríes de una sátira, es porque tienes el sentido crítico necesario. Luego, evidentemente, hay un humor fácil que es la forma más primitiva del humor. A partir de ahí, todo lo demás.
«A partir de Jardiel se hace un humor mas cosmopolita, intemporal, elegante y refinado»
Enrique, ¿pertenecer a una saga familiar tan importante te ha influido a la hora de construir los cimientos de tu vida?
Estaba predestinado. He tenido la suerte de nacer en una familia con una tradición literaria muy fuerte. Me he criado no solo con los textos de mi abuelo, sino con unos padres que estaban siempre hablando en broma, en camelo, y llamaban las cosas por otros nombres. Incluso repetían frases de libros y comedias cómicas que habían representado. Me he acostumbrado a un lenguaje cómico continuo.
Siempre me ha gustado escribir. He hecho cosas cómicas y desde un punto de vista serio también me he dedicado a estudiar el humor. La influencia de mi abuelo es innegable. Aunque como escritor procuro diferenciarme y no usar sus mismos recursos para no parecer un imitador, cosa que evidentemente no soy.
Jardiel fue una gran personalidad en la literatura. Un renovador del humor. Te puede gustar más o menos, pero después de aparecer él, ya no se hace el mismo humor de antes. El humor sainetesco que se basaba en bromear con los apellidos, en reírse de cómo habla el andaluz o de la tozudez del aragonés, desaparece. A partir de Jardiel se hace un humor mas cosmopolita, intemporal, elegante y refinado.

Los actores Rafael Gallud y María Luz Jardiel, padres de nuestro entrevistado. Abajo, Enrique Jardiel Poncela.
Cierto, no sucede así con la obra de Arniches, por ejemplo…
Arniches era un gran autor y sabía escribir muy bien. Hizo obras muy interesantes para su momento pero que, desgraciadamente, han quedado superadas tanto por ese momento como por su localización. Arniches, hace un teatro típico madrileño. Creó un habla madrileña que no existían y que pasó al pueblo, eso tiene mucho mérito. Sin embargo, es un teatro que no se puede traducir porque pierde valor, ni tampoco exportar a otros países de habla hispana porque no lo van a entender.
Enrique, ¿por qué decidiste vivir en la India durante diecisiete años?
Cuando fui, iba con la intención de estar durante un par de meses y el país me cautivó tanto que acabé instalándome durante todos esos años que has dicho.
¿Además de cautivarte, sentiste que el país cambió en ti ciertos conceptos sobre la vida que ya tenías asentados ? ¿Tuviste la sensación de que en ese momento era el lugar en el que debías estar?
Por supuesto que sí. Me siento tan indio como español. Aprendí la lengua de allí y la manejé con soltura. La India me ha dado un sistema de pensamiento que no encontré en la espiritualidad española. Tengo mucho que agradecerle a ese país, también en cuanto a relaciones humanas. Mi mujer es de allí y mis hijos son mestizos. Aunque ya me haya asentado en España, no he roto los vínculos y viajo a menudo. La India es un país interesantísimo del que se sabe muy poco. Los medios de comunicación sólo se hacen eco de las catástrofes, y las cosas buenas que suceden, que son muchas, no se cuentan.
«La enseñanza de la literatura debería ceñirse más a los textos vinculados a las vivencias del autor, y menos a la estructura histórica»
Enrique, tú también eres profesor de literatura española. Una materia que impartiste durante años en la Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi, ¿no crees que es una asignatura que se enseña muy mal en España al igual que la historia?
La literatura es tanta que es imposible enseñarla toda. El profesor tiene que elegir, y hasta ahora se ha elegido mal. Se ha enseñado historia de la literatura, y cuando se habla de la biografía de los autores , no se cuentan su situación, sus vivencias, ni lo que es interesante. Yo tuve malos maestros de literatura que se centraban en la memorización de nombres. Qué sentido tiene saberte los títulos de sus libros si no te los has leído. La obligatoriedad es muy peligrosa. Cuando obligas a un niño de trece años a leerse «El Quijote» y el muchacho sufre, igual no vuelve a coger un libro en su vida.
La enseñanza de la literatura debería ceñirse más a los textos vinculados a las vivencias del autor, y menos a la estructura histórica. Hoy en día, estamos pasando por un mal momento. La gente lee cada vez menos. Hace diez años veías a la gente leer en el metro, igual eran libros malos, pero algo leían. La literatura terminará quedando para unas minorías. Es triste.
¿Por qué decidiste escribir el libro, «Cómo ser culto en diez días»?
Porque había muchos libros de este estilo en aquel momento. Como por ejemplo, los cien libros que hay que leerse para ser culto, los cien sitios que hay que visitar antes de morir, las mil películas que hay que ver… Y entonces piensas: vamos a ver, ¿quién ha hecho esa selección? Cuando se aconsejan libros, normalmente las editoriales han metido muchos títulos por intereses. Aquellos que escriben sobre cuales son los mejores libros, normalmente se han copiado de otros.
Cuando alguien me pide consejo sobre qué leer, normalmente les digo que elijan un autor que les guste y que se lo lean todo porque seguramente les encantará hasta el escrito más pequeño que haya hecho. Estamos siendo víctimas de la publicidad, todos los días te anuncian el libro de la década. Se escribe mucha literatura pero los libros buenos son muy pocos. La gente prefiere leer un libro moderno a uno clásico, lo cual es un error.
Tal y cómo dices en «Señores impresentables. Un muestrario de majaretas históricos«, ¿sigues pensando que la mejor manera de conocer la historia es el espiritismo?
Evidentemente, los personajes de la historia están muertos y los conocemos por versiones un tanto tendenciosas. De unos han escritos sus enemigos, y otros han pagado para que hablen bien de ellos. La historia, como decía Pío Baroja, es una rama de la ficción. Conocer lo que realmente pasó es muy complicado. En el libro que nombras, hablo de biografías en tono de broma para desmitificar.
Aunque mi literatura pueda tener cierto aire de superficialidad, realmente mi propósito es acercar la propia literatura a la gente. Mediante mis escritos cómicos, una obra que puede parecer muy complicada, si yo te la cuento en broma, le quito hierro al asunto y de esta manera consigo que te acerques a ella. Igual consigo que te interese y la leas. Con los personajes históricos intento hacer lo mismo. Mediante el humor, los convierto en señores humanos que hacen lo que todos y bajo de su pedestal a aquellos que no debería estar ahí.

Eres director y actor de una compañía de teatro llamada Barbieri. Recuerdo una frase de tu abuelo que reza así: ««Los actores verdaderos son tan pocos que caben juntos en una cabina telefónica, y estando todos dentro, se podría cerrar holgadamente la puerta; y quizá hubiera sitio aún para una mesa de billar; y dos baúles «harmann»; y un piano de cola.» ¿Opinas como él?
No, en España hemos tenido siempre muchos actores buenos, pero no los distinguimos de los malos. Están todos mezclados y los usan aleatoriamente. En una comedia, puedes encontrarte a actores buenísimos con otros malísimos. Vamos a ver, el director de casting que ha tenido la sensatez de coger a este señor maravilloso, ¿por qué ha cogido a este otro tan malo para que le dé la réplica? Esto ha pasado siempre, y en el cine mucho más.
Hoy en día, los medios de comunicación hacen que las cosas funcionen demasiado a la moderna. Un actor debe tener muchos seguidores en las redes, y a veces, los que eligen optan por él pensando que así irá más gente a ver la obra o la película. Lo cual es falso. También hay actores que, a raíz de la publicidad que han conseguido gracias a la televisión, han conseguido papeles siendo malos y están en todas partes.
Vosotros soléis representar comedias clásicas, ¿cómo responde el público más joven?
Reacciona muy bien. El tópico de que ese tipo de teatro sólo gusta a la gente mayor no es cierto. Lo que pasa es que la gente joven aprecia más el humor de situación porque es al que está acostumbrada, mientras que las referencias culturales las recibe mejor la gente mayor.
Enrique, siempre he pensado que los actores de comedia , la alta comedia, si la hacen bien son capaces de bordar cualquier género, ¿estás conmigo?
Indudablemente. Hacer un papel cómico bien, con dignidad, sacando todos los efectos y no perdiendo los recursos, es muy difícil. El que lo sabe hacer excelente, te hace un papel dramático con la mano izquierda a la perfección. Lo que sucede es que lo cómico nunca ha tenido prestigio por considerarse inferior. El drama suele gustar más porque empatizas mucho con lo que cuentan. Sin embargo, es más fácil tanto de escribir como de interpretar.
