Dicen que las casualidades no existen. Tiendo a creer lo mismo. Hay algún tipo de hilo energético que nos une a todos y nos conecta de manera extraña. La mayoría, ni siquiera nos damos cuenta de ello pero es así. Además, os lo puedo demostrar con la siguiente historia personal que paso a relataros.
Cuando hace poco estuve de vacaciones en Italia, me enamoré de los cómics de Diabolik. Al volver a casa quise encontrar la manera de conseguirlos. Para mi mayor felicidad, descubrí una aplicación donde poder descargarlos a buen precio. Después, comencé a sentir la necesidad de comprarme algo de Ibáñez. El extraño deseo de volver a leer las historietas con las que fui feliz de cría se apoderó de mí.
Me lancé de cabeza a por uno de los libros de 13, Rúe del Percebe. Aquel edificio de apartamentos, lleno de gente muy loca viviendo situaciones imposibles. Cada detalle es oro. Fijaos en las arañitas que dibujaba Ibáñez en los techos de los rellanos, algunas son desternillantes.

Mis ganas de Ibáñez no quedaron satisfechas. No sé deciros la razón, pero de pronto comencé a recordar un montón de aventuras de Mortadelo y Filemón que en el pasado me hicieron reír a carcajadas mientras mi madre me miraba como si estuviese loca. Busqué en la aplicación aquellos tebeos. No me quedé contenta hasta que conseguí un libraco muy gordo de Mortadelo y Filemón con historietas muy antiguas.
Entonces, te das cuenta de la grandeza de Ibáñez y de la magnífica transformación que fueron sufriendo los personajes año a año. Es magistral. Eso sí, la esencia de los personajes nunca cambia. El alma de Ibáñez impregna cada viñeta. Y ahora, sus hijos de ficción están obligados a custodiarla. El humor del dibujante se fue haciendo más burbujeante y gamberro con los años. Ibáñez empezó en 1958, años difíciles para la libertad de expresión. Ahora también, pero por otras circunstancias.

Según iba leyendo las historietas, pensaba incesablemente en Ibáñez. ¿Cómo estaría de salud? ¿Seguía dibujando? ¿Cuántos años tendría ya? Una y otra vez me hice estas preguntas. Deseaba saber de él. Hoy, 15 de julio, abro una red social y me encuentro con su nombre. Ibáñez ha muerto a los ochenta y siete años. El padre de mis personajes de tebeo favoritos ya no volverá a dibujar nunca más. He sentido un cierto escalofrío. Por Dios…¿de veras pensáis que es casualidad?
Sí, podéis creer que estoy loca. Es posible que leáis estas líneas y concluyáis que soy una persona ridícula, pero lo cierto es que tengo la impresión de que mi energía conectó con la suya de alguna manera. Un trocito de su esencia vino a visitar la mía a modo de despedida. Ibáñez es muy importante para mí. Y pienso que él lo supo de manera inconsciente. De estas cosas no se habla en serio en tertulias de sobremesa porque rápidamente se relaciona con raticulín y bobadas por el estilo. Sin embargo, son sensaciones y situaciones que hemos vivido todos. La mayoría de las personas las olvidan para no hacerse preguntas ni sentirse incómodos.
Voy a echar mucho de menos a Ibáñez. Podré releer sus cómics una y mil veces…pero yo no habrá una historieta nueva en el kiosco. He querido hacer este pequeño homenaje muy personal al dibujante, porque sin duda habrá miles de artículos contando su vida y obra. No era necesario publicar uno más cortado por el mismo patrón. Este está hecho desde lo más profundo de mi corazón. Lleno de agradecimiento, cariño y tristeza. Gracias por tanto, Ibáñez. No te olvides de saludar a mi hermano Jesús, disfrutaba aún más que yo con tus historias. Abrazos para los dos.
