La constante aplicación de tratamientos y productos cosméticos, unos más costosos que otros, ha pasado de ser un boom de la moda estética a convertirse en parte de la cotidianidad de la vida de muchas personas. Y no hablamos de las clásicas cremas hidratantes y los sprays de protección solar, sino de sustancias que requieren de inyectarse, como la toxina botulínica (bótox), para tener siempre una tez lisa y tensa.
Según la Dra. Virginia Sánchez García, en TUDERMAONLINE, web de un equipo de dermatólogos de Madrid: “En 1977 el bótox comenzó a utilizarse en medicina por primera vez para el tratamiento del estrabismo ocular. El objetivo era relajar los músculos hiperactivos del ojo para devolver el globo ocular a su posición natural. Enseguida se descubrió que además de corregir de forma eficaz el estrabismo… ¡el bótox hacía desaparecer las arrugas de las patas de gallo!
“Principales usos médicos del bótox desde entonces: desde hace más de 30 años el bótox se utiliza de forma segura y eficaz para el tratamiento de las distonías musculares focales como la tortícolis o el blefarospasmo. De igual manera, el bótox es eficaz para corregir el estrabismo, las arrugas de expresión, el dolor de cabeza, la hiperhidrosis o exceso de sudoración y otros problemas relacionadas con un exceso de actividad muscular localizada”.
La teoría parece estar muy bien, aún más si proviene de áreas de la salud que se enriquecen con este tratamiento, de obligada repetición a los 4- 6 meses para mantener los efectos.

Sin embargo, esta famosa sustancia correctora de arrugas ha derivado en problemas a la hora de mostrar e interpretar emociones: Mostrar debido a la tensión de la piel, que no permite la transmisión de sentimientos a través de las expresiones faciales y microexpresiones; e interpretar pues un nuevo estudio de la Universidad de Irvine (California) concluyó que el bótox tiene como efecto secundario la afectación de los mecanismos que utiliza el cerebro para reconocer las expresiones de las personas que nos rodean.
Esto último es aún más grave pues históricamente los seres humanos reaccionamos ante las expresiones y emociones que podemos reconocer en otros rostros, como una manera de retroalimentación para la comunicación. Nos adaptamos y comunicamos según lo que sentimos, lo que podemos reconocer y observar. Un ejemplo concreto es que al detectar un semblante disgustado, sorprendido o feliz, contraemos o flexionamos los músculos para copiar la expresión.
Al no poder distinguir qué sucede con la otra persona, no podemos entablar un diálogo correcto y asertivo. La perfecta apariencia física ataca como un boomerang, al fin y al cabo somos parte de una sociedad en la que debemos interactuar con otros individuos de la misma especie y coexistir como grupo organizado.
Pero, esto no ocurre con las inyecciones de bótox en todas las áreas de la cara, sino específicamente como consecuencia de su aplicación en la frente.
Su aplicación en la frente puede calmar la depresión y las emociones negativas en personas con trastorno límite de la personalidad, tópico demostrado por dos prodigios de la medicina contemporánea: los doctores Tillmann Krüger, jefe del grupo de investigación de la Clínica de Psiquiatría, Psiquiatría Social y Psicoterapia de la Facultad de Medicina de Hannover (MHH), y Marc Axel Wollmer, del Campus Asklepios de Hamburgo de la Universidad Semmelweis.

Sin embargo, los efectos van más allá, al ser el bótox una sustancia que afecta de forma directa la parte del cerebro donde surgen y se procesan los miedos.
¡No queremos ser robots! Dije yo al escuchar la noticia; y espero que una gran parte de los internautas coincidan conmigo.
La actividad neuronal, el procesamiento emocional y la capacidad de mover ciertos músculos faciales es más importante que permanecer jóvenes y hermos@s. Más allá de que los estudios investigan si estas problemáticas se deben a la cantidad de bótox empleada y defienden el pensamiento de que no repercute en una mala experiencia emocional interna.