Si se mira bien, aquella sentencia de que detrás de todo gran hombre hay una mujer, grande también, pero pospuesta, tiene un sabor discriminatorio. Ser grande, en cualquier caso, no consiste en ser aparatosos, sino perseverantes con talento. De cualquier manera, la regla —verdadera o falsa— suele quebrarse en ocasiones, como es el caso de una donna que se ganó la fama precisamente a la vera de connotados caballeros, a pesar de ser quien en verdad les espoleaba las musas y los ánimos. Se llamó Elena Ivánovna Diákonova, pero a la historia ingresó con un sobrenombre que suscita una suerte de fascinación sonora: Gala. Cuando Europa la conoció como la esposa del poeta francés Paul Eluard, quien fue precisamente el que la rebautizó, aún no había sospechas acerca de su ascendencia sobre los hombres del arte.

LOADA CON MIL PALABRAS
Elena Ivánova Diákonova, la famosísima Gala, tiene en verdad una biografía incompleta. Poco se sabe de su vida, antes de que accediera al París de los surrealistas, para deslumbrar a la crema de la intelectualidad. Había nacido en el Imperio Ruso, en Kazán, a orillas del río Volga, en 1894 y a los dieciocho años tuvo que marchar a un sanatorio suizo debido a problemas respiratorios. Allí conoció a Paul Eluard, quien se alistaba para saltar a la fama. Poco después se casaron, para instalarse en París. Hacia 1930, el gran Eluard le escribiría: «Debo humildemente honrarte con mil palabras, con mil gestos de los que yo alardeo y de los que tú prescindes». Pero el destino, ese prejuicio de los poetas, acecharía a Eluard. Gala en verdad prescindiría de sus gestos.

UN ESPOSO ADOPTIVO
Otro hombre de letras, el muy serio y teutón Thomas Mann, se impresionó tanto por la rusa Elena Ivánovna Diákonova, la famosa Gala, que la convirtió en modelo de la joven seductora de su novela La montaña mágica. Pero quien más a pecho la tomaría habría de ser nada más y nada menos que Salvador Dalí, el controvertido pintor catalán. Nacido en 1904, diez años después que Gala, Dalí la vio aparecer mientras atravesaba una particular borrasca depresiva. En realidad, la rusa y Paul Eluard viajaron a España en 1929 con el fin de conocerlo y allí la suerte quedó echada. Gala y Dalí acabaron casándose por partida doble: en 1932 por lo civil y en 1958 por la iglesia, a pesar de que ella era ortodoxa y él católico. Tiempo después, el pintor afirmaría: «Gala me adoptó. Fui su recién nacido, su hijo, su amante. No me he vuelto loco porque ella asumió mi locura». Pongamos que la frase no carezca de exageración, pero aun así, el renegado surrealista tuvo un tiempo en que veía por los ojos de Gala. Se dejó guiar por ella, comenzó a firmar los cuadros con el nombre de ambos; le compró un castillo, al que ni él mismo podía entrar. Le sobreviviría siete años, pero no descansan juntos, pues ella está en Púbol y Dalí en Figueras.