En no pocos casos hacer literatura rebasa el acto de emborronar cuartillas. Los críticos en entredicho han compilado un arsenal de calificativos para aquellos escritores que encuentran la fama tanto en sus libros como en la vida real, esa en la que los años cuentan. Les llaman viscerales, malditos, instintivos, diabólicos. Se les tilda de poco imaginativos y quizás sea cierto, dado que necesitan de la experiencia. Y a todo se añade el mito de que, de vivir organizadamente, perderían el don de la creatividad, porque ellos se escriben a sí mismos. Se devoran en la escritura.

Lo curioso es que los críticos en entredicho no mienten. Borrachos como Rimbaud, Baudelaire, Georg Trakl y Serguéi Esenin contrastan en apariencia con la escrupulosidad del conde Tolstói, o de Balzac. Escriben mucho menos, pero son penetrantes, como si el diablo les hubiese canjeado la clarividencia por la brevedad. Charles Bukowski, pongamos por caso. El cartero de toscos modales que sacó luz de la basura humana.
EL CARTERO LLAMA MIL VECES
Bastan unas pocas fechas para ubicarlo. Nació en Alemania, en 1920. A los tres años sus padres lo llevaron a los Estados Unidos, donde tras un lapso que incluye una breve estancia en la universidad, más otras en pensiones de mala muerte, se hizo cartero. Después publicó cuentos. Más tarde comenzó a escribir poesía y artículos de prensa, sin parar de beber. Cuando, con 49 años le dio por las novelas, comenzó a rondarlo la fama.

Con este recuento más bien torpe quiero postular que hay escritores, como Charles Bukowski, que trascienden sin la necesidad de ser leídos. Precisando: hay gente ―lectores en entredicho― que suelen citarlos sin haber visto sus obras. Es la cultura del rumor. Charles Bukowski es, en ciertos ambientes, una leyenda urbana y allí importa más que nada su desafío a todo lo correcto en apariencias. De su enorme talento ni se duda, ni se sacan conclusiones.
ESCRITOS CON ALCOHOL
Y sí que hay talento en su prosa y sorprendentemente en su poesía. Bukowski resulta además un mentís a las leyes estrictas de la escritura. Su estilo es como su vida: impúdico y desordenado. Sus versos obedecen a un ritmo que no necesita armonizar, pero en ese supuesto abandono hay más vitalidad que en mucho de lo que habitualmente atrae a la filología. Sus poemas son crónicas de la vida sin suerte, de los amores quebrantados, de lo que se pierde por soberbia o por ignorancia. A veces parecen simples desahogos en líneas que se parten antes del final de la página, y sin embargo consiguen acaparar toda la energía que les falta a quienes no arriesgan nada. Si tiene que repetir un término, Bukowski lo repite. Si cree necesario ser soez, echa mano a lo que otros toman por rastrero. La moraleja, si existiese, querría explicaros que el morbo es la tristeza vista desde el espacio.
Todos los libros de Charles Bukowski han sido vertidos al español. Murió en 1994 a los 73 años. Se dice que no llegó a disfrutar de Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, aunque él era más de Jerry Gerard.