Los gatos de Estambul

TERCERA PARTE Y FINAL

Otro detalle nimio: Anna Skliar llevaba al cuello un ojo turco, especie de dije azul y negro, para atraer la buenaventura.  No se despojó de él mientras estuvo conmigo, por lo que ahora la recuerdo así, con la medallita al cuello y la piel nívea alrededor del vientre y aquellos senos bite-size, una impudicia en una mujer tan alta como ella. Para halagarla, se lo repetí: No me hubieras gustado tanto con tetas grandes. Estas, en cambio, son como una identidad que viene del alma.

Estaba seria. Con las piernas levemente plegadas, vuelta hacia mí la sombra del pubis rasurado, analizando mi frase.

—Sé que muy parecidas eran las de Anna Karénina —le dije para completar mi idea.

Menos cerca del pathos, me explicó:

—También yo las disfruto. Y sé que si tuviera tetas más grandes las besaría una mujer, no un caballero.

Pero era yo el que las besaba, el que comenzó luego a mordisquearlas para que ella volviera a excitarse. Cuando la supe dispuesta me incorporé y le dije:

—Méate.

No la tomó por sorpresa, pues se incorporó a su vez y preguntó: ¿Aquí mismo? En la taza, precisé.

Era bella Anna Skliar mientras se iba en aquel orine rumoroso sin acabar de sentarse, observándome entre retadora y obediente, porque —me lo dijo cuando la escurría con la palma de mi mano— que yo comparara sus senos con los de Anna Karénina la había dotado de un arrojo que no quería amordazar de ninguna manera. La abracé. Hundí la cara en su cuello y dejé que su espalda tibia le hablara a mis manos. Palpé sus breves caderas y le separé las nalgas para martirizarme con el dibujo que me devolvía el espejo. Entonces la oí decir:

—Ahora tú.

Lo intenté, pero no resultaba. Era apenas una risible llovizna lo que levitaba sobre la taza, mientras ella me miraba divertida, decepcionada quizás, porque había esperado —necesitado más bien— verificar toda la presión de mi chorro para salir de dudas.

—Para acabar de saber quién lo hizo aquella noche, si eras tú o Nihat.

Dijo el nombre de mi anfitrión como si lo hubiese sabido de toda la vida. Después, comenzando a vestirse, me explicó que lo único que le había prohibido el turco era volver a encontrarse conmigo. Que lo del avión fue realmente casual, pero después Nihat se mostró más severo. No era un mal hombre, comentó, aunque llevaba bien sus negocios. Nada de mezclar una cosa con la otra. Nada de riesgos ni para él, ni para ella.

—Aunque soy, según me ha dicho, la hetaira más culta de Estambul. 

¿No hay un cuento de Virgilio Piñera en el que un mancebo se quita la vida sobre un puente, masticando fósforos en la oscuridad? Comienzo a inferir que si Anna Skliar no hubiese evocado ese otro cuento sobre el hijo de Diógenes, no hubiese ocurrido lo que ocurrió, aunque después me he dicho que hay momentos en los cuales el absurdo es lógico. Así de excepcional. Limpiamente burlesco. 

 

@Mr. Hyde.

El día de mi partida noté desde la habitación un ajetreo inusual sobre los andamios que mostraba la ventana. Algunos hombres iban con lejana celeridad hacia la azotea, unos siete u ocho pisos por encima de la calle, mientras otros desde arriba parecían apremiarlos. Abajo había unos autos y un grupo de personas que pronto empezaría a crecer. Al poco rato los hombres comenzaron a bajar un bulto por los andamios. Se lo pasaban con mucho trabajo de unos brazos a otros, con una lentitud que acabó por desesperarme, y sin estar muy seguro todavía de lo que iba a encontrar afuera, corrí hacia la calle. Cuando llegué todo lo cerca que me lo permitían los uniformados que acordonaban el lugar, el cuerpo venía ya por el segundo piso. Un policía atropelló el inglés al explicarme:

—Solo sabemos que es una muchacha. Pero no lleva identificación.

Cuando de vuelta al Taxim Hill pasaba cerca de la recepción, me llamó un empleado para entregarme un papel con una disculpa de Nihat.  El turco se excusaba por tener que ausentarse de improviso. Afirmaba que asuntos urgentes lo hacían salir de la ciudad, tal vez con rumbo a Esmirna.  

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *