No sé por qué llegué a la conclusión de que entre tú y yo podía existir un pequeño paraíso. Quizás fue un simple capricho en un momento donde no había ni un resquicio de luz en mi vida, o puede que tu encantadora forma de tratarme me confundiese. Me cuesta dilucidar cuál es la respuesta correcta. El caso es que pensé que quizás nuestros caminos se habían cruzado por alguna razón romántica. Ahora que lo pienso con serenidad, creo que era absolutamente absurdo. Supongo que en el fondo lo sabía, pero era mi único rayito de esperanza en aquellos momentos. Lo sé, lo que estoy confesando no habla muy bien de mí. Pero es la verdad.
Abducida como estaba por mis ensoñaciones románticas, me imaginé a mí misma tal y cómo me gustaría que me vieras cuando nos volviésemos a encontrar. No dude en comprarme un hermoso mono negro que me afinaba por aquí y mostraba por allá. Creí necesario hacerme con unas elegantes sandalias de cuña, y un pequeño bolso plateado. Buscaba estar todo lo espléndida que una mujer como yo podía conseguir. Soñaba con el momento en el que me dijeses el lugar y la hora. Te lo había dejado caer tantas veces… el hecho de que tú jamás cogieses el guante debió abrirme los ojos inmediatamente. Sin embargo continué con mi elegida ceguera, esperanzada en que tarde o temprano te apetecería tanto como a mí el compartir espacio y miradas.
Tengo la impresión de que antes de quedar conmigo te habrías apuñalado un ojo. Bueno, ahora lo sé y hasta me hace gracia. En su día no me entraron ganas de reír. De hecho, lloré como una estupida al sentirme menos querida que un examen sorpresa. Posiblemente tú no sepas lo que eso significa, eres un afortunado y me alegro sinceramente de tu suerte. Te lo puedo explicar para que te pongas en mis zapatos por unos instantes. Cuando no te quieren, notas como si un bisturí estuviera rajando tu corazón lentamente. Después, la herida te arde, porque la indiferencia es muy parecida a un puñado de sal sobre una llaga recién abierta. Más tarde viene la calma, pero es una calma ficticia. Durante un tiempo, te aprisiona el terrible deseo de romper en un desconsolado llanto cuando menos te lo esperas. Esto no sabría decirte cuánto dura, supongo que depende de la fortaleza emocional y dignidad de cada uno.
Ya ves, qué tontería. El dolor que puede ocasionar un malentendido o una ilusión creada desde la desesperanza es bastante notable. No creas que te culpo… bueno, no enteramente. Un poco sí, porque alimentaste la ilusión al sentirte halagado por mi interés. Supongo que terminaste sintiendo miedo, no deseabas dañar a la persona con quien estás unido desde hace años. No lo sé, pero imagino que la amas mucho. Es que no sé nada de ti, sólo lo que intuyo y adivino. Tu confianza en mí brilló por su ausencia. Otro motivo de alarma que yo quise pasar por alto.
En el fondo te estoy agradecida, porque desde que sufrí por ti, me prometí a mi misma que las cosas cambiarían. Supe que no me merecía menos de lo que yo puedo ofrecer, también me quedó claro que a las personas comprometidas hay que tratarlas como si fuesen ángeles. Por eso de que no tienen sexo. Y también prometí, que me dejaría de interesar alguien que no sintiese verdaderas ganas de tener un trato real, cercano y humano conmigo.
Son demasiadas promesas, lo sé, pero es indispensable que las cumplamos si pretendemos querernos y cuidarnos. Como dijo Benedetti, la atención es la caricia más hermosa. Acariciemonos mucho entonces.