mis crónicas del Nilo

La ciudadela de El Cairo es bastante agradable de visitar. Me pareció de las zonas más limpias de la ciudad y mejor cuidadas. Fue construida por Saladino en el siglo XII, para defender la ciudad de las cruzadas europeas. La joya del lugar es, sin duda, la mezquita de alabastro. Construida por Muhammad Ali, a finales de la segunda mitad del siglo XIX. Os diré que es impresionante, llena de belleza, luz, armonía, grandiosidad…debes entrar sin los zapatos, y es aconsejable que nosotras nos tapemos el cabello, y los hombros, con un pañuelo.

Recuerdo que se me resbalaba constantemente de la cabeza. Abdallah me ayudó a colocarlo como lo hacen allí, “ahora eres como una mujer egipcia” me dijo con orgullo. Me lo tomé como un cumplido, porque me lo dijo con afecto, pero he de confesar que la idea de que las mujeres tengan que taparse porque la religión las obliga, no me resulta  cómoda.

Fotos como una celebrity

Aquel día estaba la mezquita llena de visitantes egipcios. Allí es fiesta el 6 de octubre, celebran una supuesta victoria sobre los judíos en el guerra del Yom Kippur de 1973. Por lo que había venido mucha gente de las afueras de la ciudad. Yo era de las pocas turistas que circulaban por allí. De repente me di cuenta de que la gente me miraba, y en breve, un enjambre de chiquillas egipcias me rodearon para pedirme que nos hiciéramos algunas  foto juntas. Unas querían hacer un corazón con mi mano, otras me abrazaban…en un principio me descolocó la situación, y no supe qué pensar.

Cuando la digerir, sentí una ternura inmensa por esas muchachas, y hubiera deseado haber hablado más con ellas, invitarlas a un té. Abdallah me dijo que para ellas, el retorno de los turistas, era una cosa buena y que hacerse una foto contigo un buen augurio. Fue una de las cosas más hermosas que me sucedieron durante el viaje, y que guardaré por siempre en mi corazón. Después comimos en un bufet libre, pollo, ternera, ternera, pollo…de muchas maneras, eso sí. La comida no es mala, pero se te hace un poco repetitiva y las especias acaban hartándote con el paso de los días, pero los postres son excepcionales y no te cansas jamás de los jamases de ellos.

Imposible pararse a mirar

Más tarde fuimos al Jalili, un bazar atestado de tiendas, mugre y gente. Me hubiese encantado pararme a mirar, contemplar los amuletos, las especias tan coloridas, oler algún perfume…pero era imposible. Los vendedores te acosaban compulsivamente, no te dejaban respirar ni mirar. Su estrategia es aturdirte con sus charlas y cientos de mercancías que te enseñan, además de intentar engañarte lo más que puedan con el precio.

Odio regatear. Se me da fatal, y no me gusta que me obliguen a hacerlo. Así que prácticamente no he comprado nada en la tierra de los faraones. Tras salir del agobio del mercado, nos dirigimos al café donde habíamos quedado con Abdallah. Aún no había llegado, así que mi acompañante me sugirió que nos sentáramos a tomar un té. Justo en ese momento, el camarero se estaba sacando mocos, decidí esperar de pie a encontrarme cosas en la bebida. Pasado un rato llegó Abdallah con el coche, debiamos partir hacia el aeropuerto para ir a Aswan y empezar a navegar por el Nilo…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *