Nunca pasa nada (Juan Antonio Bardem, 1963).
Una joven francesa, miembro de un grupo de variedades, cae enferma en un pequeño pueblo castellano, en el que deberá permanecer hasta recuperarse…
Escrito en parte por Alfonso Sastre, “Nunca pasa nada” es un film bello en verdad, en el que se profundiza en los abismos generacionales, culturales y comunicativos de las personas. Corinne Marchand interpreta a Jacqueline, una vedette francesa que ha de pasar unos días en Medina del Zarzal para recuperarse de una operación. Absolutamente perdida, totalmente diferente a la gente que la rodea, sólo le resta relacionarse con el propio médico que la opera (un genial Antonio Casas), y con el profesor local de francés (Jean-Pierre Cassel, padre del también actor Vincent Cassel), el único que es capaz de comunicarse apropiadamente con Jacqueline. Por supuesto ambos hombres se enamorarán de ella, y buscarán un compromiso que probablemente esconda el absoluto deseo de largarse del pueblo, de cambiar de vida, de ser otra cosa.
La música es especial. Compuesta por Georges Delerue, adorna dos momentos impresionantes de la película: el arranque, en el que vemos a una melancólica Marchand, con pelo rubio platino, viajando aburrida en el autobús que habrá de dejarla momentáneamente atrapada en Medina; y, de nuevo con ella, cuando se escapa un rato del hospital para dar una vuelta por el mercadillo local, hacer alguna compra, degustar vino con unos paisanos y acabar en el colegio buscando al profesor de francés; quiere hablar un poco su idioma de nuevo. En el transcurso de algo tan cotidiano, el pueblo sufre una tremenda revolución, reflejo de una enquistada existencia permanentemente reprimida.
La localidad es habitual vía de paso de camiones, lo que refuerza más aún la idea de transitoriedad, el deseo de marchar. Julia Gutiérrez Caba es la esposa del doctor. No llega a perder a su marido, pero seguirá con su vida sabiendo lo que le ocurre, cómo piensa él en realidad. Algo que era necesario al fin y al cabo.
Cassel lleva a Marchand a visitar las afueras del pueblo. Sólo hay unas ruinas para ver. Hace sol, de repente llueve, se mojan, se besan, luego no se atreven, no saben exactamente cuáles son sus sentimientos. Desde luego, ella no desea quedarse.
Una película triste, definitoria de una época del cine español; una época en la que, frente a la propaganda fascista y el cine “conciliador”, se hacían películas que intentaban introducir de manera indirecta un sentimiento de rechazo generalizado. Una denuncia política.