Ella pensaba que había libros terapéuticos, libros que curaban, que exorcizaban demonios e incluso miedos. Siempre que releía «El amor en los tiempos del cólera» le pasaba. Ese estremecimiento al leer el comienzo: «Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.» Sabía la historia, sabía lo que iba a pasar después de tantas lecturas, pero le recorría un temblor premonitorio de las buenas horas que le iba a proporcionar pasar sus páginas, leer era su refugio, su coraza ante el exterior.

Esa historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza a lo largo de más de 60 años le hacía soltar lágrimas catárticas, no importaba las veces que hubiera leído el libro y ansiaba avanzar en la lectura para llegar a ese final, final feliz donde los haya: «- toda la vida- dijo». Esa frase pronunciada por Florentino Ariza, preparada desde hacía más de 53 años, le parecía el summo de la felicidad y de los finales felices para unos enamorados, a pesar de tanto tiempo.

Y ella siempre pensaba en los amores contrariados y en su propia vida, en la fuerza de los sentimientos, que muchas veces se convierten en algo parecido a historias folletinescas vistos desde la lejanía y el paso del tiempo, pero eran auténticos melodramas cuando están siendo vividos. Pensaba en ella y en su historia y en la dificultad de sacarse de la cabeza lo que todavía está en el corazón mientras jugueteaba con las páginas del libro, antes de volverse a sumergir en él y volver a sentir ese escalofrío ya conocido al leer otra vez ese comienzo sublime y tan lleno de emociones: «Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados».

Autora: Rosa Seco Penedo

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *