Capítulo IV

La epifanía

No sé la importancia que le dan los demás a los sueños lúcidos cuando tienen la fortuna de vivir uno. Para mí, significó una gran ilusión que me alentó en mi día a día. Veréis, yo soy de esas personas que necesitan estímulos para afrontar la rutina, y sobrellevar la gris realidad, que en ocasiones nos aturde. Ahora que lo pienso, es lo mismo que le sucedía a Sherlock Holmes. Él solo era feliz cuando investigaba un caso, y cuando ninguno llegaba a sus manos, se envenenaba con una inyección de cocaína o morfina dependiendo del efecto que desea crear en su mente. Yo nunca llegaría a esos extremos, sobre todo porque si veo una aguja, es posible que me caiga redonda de solo imaginar que puede atravesar mi delicada piel… no sigo que me desmayo.

Mi visita a la casa de Arthur Conan Doyle, me sentó muy bien desde el punto de vista emocional y mi entorno más cercano lo notó. Unos pensaban que me había enamorado, y otros que estaba en tratamiento psiquiátrico. La única que conocía la verdad era Elena, mi leal y sensata amiga. Si a los demás les contase lo que realmente me sucedía, se habrían reído de mí o tomado por una estúpida fantasiosa. Lo mejor era no decir nada.

Después de aquel primer sueño lúcido , transcurrió cerca de una semana hasta que tuve otro. Una larga semana plagada de frustraciones y decepciones al despertar, pero eso sí, sin darme jamás por vencida. Una vez que compruebas que lo que sospechabas imposible es real, la paciencia se convierte en ilimitada.

Un nuevo sueño

A la semana exacta, el sueño lúcido volvió. En esta ocasión aparecí directamente en la casa del escritor. Lo primero que sentí fue el envolvente aroma de las flores que adornaban el salón, lo mismo que la otra vez. Era imposible no emocionarse con aquel perfume natural, que convertía un salón tan masculino, en un pequeño jardín imaginario lleno de color y pequeñas hadas. Si cerraba los ojos, y aspiraba el olor floral, casi me parecía ver millones de colores, duendes saltando, hadas revoloteando y cientos de hojas cayendo sobre mi cabeza. Cuando estaba a punto de trasladarme a ese mundo bucólico, estoy segura, nuevamente volví a sentir la manaza de la última vez sobre mi hombro. Abrí los ojos de golpe, pero si perder la calma. Esta vez sabía quién era, esta vez todo sería diferente.

Me golpeó la mirada fría y dura de un hombre joven pero de expresión cansada, e incluso un tanto asustada.

– Hola… – me atreví a decir con un hilo de voz. Se suponía que todo, a partir de ese momento, dependía de mi mente. Yo creaba, yo dirigía…era dueña de mi mundo. Sin embargo no fui capaz de imaginar nada. Solo saludé, manteniéndome muy erguida, mientras contemplaba a uno de los escritores más queridos de la historia de la literatura. En el fondo esperaba que todo comenzase a diluirse, como la sal en el agua, ante mi pasividad. Sin embargo no fue así…

– ¿Hola?- dijo él absolutamente desconcertado- ¿Quién es usted y qué hace aquí?

– Es difícil de explicar…-respondí aún más desconcertada- Yo…es usted Arthur Conan Doyle, ¿verdad? ¿Nos sentamos?

Las presentaciones

Más que una propuesta pareció una orden. Empecé a salir del estado de bloqueo en el que me había sumergido,  mis ideas iban ordenándose y cogiendo forma. Sentarse, hablar, probar que podía hacer…era el momento. El escritor me obedeció sin rechistar, ofreciéndome un cómodo asiento junto a la chimenea. Él se situó frente a mí, sin perder esa expresión de sorpresa y enfado que tanto llamaba mi atención.

-Señor Doyle, no se asuste. Esto es un simple sueño…yo solo quería conocerle a usted.

En realidad, deseaba encontrarme con Sherlock Holmes, pero no me pareció demasiado cortés decírselo.

-Señora mía, me halaga que para usted sea un sueño conocerme, pero entrar sin permiso en un hogar respetable nunca es una buena elección- me respondió con el gesto más relajado, pero sin dejar de estar alerta.

Confieso que en ese momento Doyle me cayó como un cocido a las seis de la mañana, fatal. Me llamó señora sin pestañear, en mi propio sueño, y encima no entendió ni una palabra de lo que le había dicho. Además no dejaba de mirarme de arriba a abajo, sin disimulo, e incluso con una sonrisa. Cierto es, que mi ropa del siglo XXI le debería parecer un tanto ridícula a un cristiano del XIX…¿pero en mi propio sueño lúcido tenía que sentirme tan ridícula?

-¿De dónde viene usted señora? ¿De dónde?- su cuerpo se había inclinado hacia mí, tenía sus achinados ojos muy abiertos y brillantes. Empezó a entusiasmarse con mi presencia, ya no me temía.

-Esto es un sueño- insistí-, en realidad de ninguna parte. Soy española, si es lo que usted quiere saber… Y además una gran admiradora de Sherlock Holmes.

Mi romance con Sherlock Holmes

 

Bienvenido al siglo XXI

Se lo solté sin miramientos, en venganza por lo de “señora”. Puede comprobar, por cómo frunció el ceño, que el objeto de mi admiración no le hizo la menor gracia. Durante unos minutos permanecimos en silencio, mirándonos a los ojos como si pudiésemos ver más allá de ellos.

-Bien – susurró levantándose-, si no tiene nada más que decir será mejor que…

-¡Vengo del futuro!- casi grité. No podía consentir tener un sueño tan aburrido, tan sieso, y que acabase con un tonto saludo. Así que dejé de analizarlo tanto todo, y decidí dejarme llevar por la imaginación aunque las situaciones se convirtieran en surrealistas, e incluso absurdas, como sucede en los sueños normales.

Doyle volvió a sentarse, tenía una media sonrisa dibujada en el rostro, hizo un gesto con la mano para que continuase con mi discurso.

-Bien, vengo del futuro, del siglo XXI. Donde usted es muy admirado, respetado…y Sherlock Holmes también.

Era pronunciar el nombre del detective victoriano y notar cómo se le removían todas las vísceras, no lo podía evitar. Sentía tanto desprecio por Holmes como yo amor.

-¿Y…cómo sé yo que viene del futuro y no es una vulgar timadora como la princesa Caraboo?- me preguntó con desconfianza.

 

El mundo en una cajita

En ese instante, pensé en lo útil que me sería tener cerca el maldito teléfono móvil que tanto nos emboba a todos. Fue desearlo y aparecer en mis manos. Doyle me miró estupefacto, no menos que yo al comprobar mis oníricos poderes. Me recompuse y acerqué a él, quería mostrarle el pequeño mundo que tenemos encerrado en ese delicioso artefacto del diablo, que nos domina. Mientras iba abriendo aplicaciones y mostrando cuanto tenía en él, notaba su respiración agitada. Le temblaban los labios como si tuviera un tic nervioso, no se atrevía a tocarlo. Solo escuchaba y lo miraba.

-Es un teléfono del siglo XXI. Además de poder hablar por él, puedes escribirte con los demás, hacer fotografías, escuchar música, estar informado sobre el mundo…

Tras unos segundos de conmoción por lo que veía y escuchaba, el escritor se levantó de su asiento para mirarme directamente a los ojos en busca de una explicación que su cabeza pudiese asimilar.

-¿Qué truco de ilusionismo es este? ¿Cómo lo ha hecho? ¿Es acaso usted de la Golden Dawn? ¡No me gustan este tipo de trucos en mi casa! ¡Hable!

¿El despertar?

Según me gritaba se iba acercando, obligándome a retroceder sin saber dónde pisaba. Hasta que tropecé con la pata de una mecedora, y empecé a notar cómo la fuerza de la gravedad tenía toda la intención de hacerme caer de culo, ante el mismísimo Arthur Conan Doyle. Sin embargo no fue así. El miedo por el enfado del escritor, unido al tropezón, fueron suficientes para hacerme despertar y traerme de vuelta a mi mullida cama. Me incorporé de golpe, bañada en sudor, pero extremadamente feliz por todo lo vivido.

A pesar de ser las 3 de la mañana, me levanté para prepararme un té y reflexionar. Entre sorbo y sorbo, bailaban en mi cabeza cientos de ideas que poner en práctica en los próximos sueños, hasta que un ruido en el salón me hizo dar un respingo. Sonidos de pisadas helaron mi sangre, agarré uno de los cuchillos que guardaba junto a la pila, y cuando me dispuse a salir de la cocina presta a todo, apareció tras el umbral de la puerta la figura de una persona. Ahogué un grito, intenté correr hacia la sombra amenazante con la intención de hundir el filo del cuchillo donde pudiese, pero estaba paralizada.

-No se asuste- dijo el intruso- esto es solo un sueño…

3 comentarios

  1. Hoy es un día gris,muy gris…tengo un rato, así que he pensado, cómo dices,en evadir la gris realidad,y que mejor que leerte?muy buen capítulo,y mira que venir a llamarte señora,en tú sueño? será posible?

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