Y si fuera cierto que no hay nada nuevo bajo el sol, habría que preocuparse por la forma de mirar. Y si de violencia está empedrado el camino del cinematógrafo ―y el de todo el progreso humano, no seamos pacatos―, aquel que se respete debe saber elegir. La “violencia creativa” es ya otra cosa. Esa nos hace sospechar de sus fines ocultos, sin escolasticismo, eso sí. Digamos, Quentin Tarantino vs Lars von Triers. El primero nació en Tennessee, Estados Unidos de América, en 1963 y no ha fundado más escuela que la propia. El segundo vino al mundo en Copenhague, Dinamarca, en 1956 y fundó un movimiento conocido como Dogma 95, cuyos principios ignora según sea necesario. Ambos son estilistas de la violencia, lo que hace sospechar de grandes tesoros morales ocultos en cada una de sus secuencias. Moral no es corrección, ni aleccionamiento, téngase claro.

MALOS DÍAS TENGAN TODOS
La violencia de Tarantino parece ser más adecuada para un espectador X. Es una teatralización de la rudeza empapada en sangre, con rasgos de comedia. Pudiera decirse que se le atribuye menos maldad que a la de von Triers. El danés, por su parte, parece llevar a cabo un análisis de la violencia a través de situaciones extremas y de algunos presupuestos de Fiodor Dostoyevsky. Puro drama. Ya no se trata solo de violencia física, sino de conductas inmorales o amorales, según los casos. Los sicópatas de von Triers resultan menos previsibles que los de Tarantino. Pensemos en Breaking the Waves (1996), una película acerca del poder, la locura y la manipulación. Es difícil encontrar otro ejemplo de búsqueda de la redención a través del mal. Lars von Triers alcanza extremos cuya originalidad consiste en dar al abuso un sentido mitológico. ¿Subrayo con estas ideas a ras de la filosofía mi preferencia por el realizador danés? La respuesta es no.
El arte cinematográfico es como se sabe, además de argumento, montaje. Una suerte de corte y pega, pero legítimo, esencial incluso, y en el manejo de estas habilidades Tarantino resulta insuperable. Piénsese en Pulp Fiction (1994), que es de todo menos eso: ficción barata, de acuerdo con su título. Lo que hubiera sido asimilado como otra historia de matones bien actuada roza la exquisitez gracias al montaje. Suscita al parecer las mismas emociones primarias, eso que los comentaristas sin imaginación llaman adrenalina. Pero la forma en que se han encadenado las escenas propone otra cosa: una duda acerca de eso que llamamos realidad. He ahí un artista: Quentin Tarantino.

MODOS DE MATAR EQUIDISTANTES
Entre el cine norteamericano y el europeo hay cuando menos una diferencia de ritmo. Pido excusas a quien vea que propago un commonplace, una frase hecha, desmontable con varios ejemplos. Los trabajos de Luc Besson (Francia, 1959) suelen ser efectistas, se me dirá. Miloš Forman (Checoslovaquia, 1932-Estados Unidos, 2018) fue bien asimilado por Hollywood, se me dirá. Sin embargo, me refiero a ciertas narrativas fuertes, aquellas que llevan marcas de identidad. Para salirme con la mía, propongo esta especie de mano a mano e insto a escoger. Usted qué dice: ¿Tarantino o Lars von Triers?