The wind cries Jimi

El zurdo Jimi Hendrix tuvo una carrera efímera y arrasadora. Tanto, que sus únicos tres discos fueron incluidos por la revista Rolling Stone entre los 100 mejores de la historia del rock and roll y él mismo fue declarado mejor guitarrista del género. El rock, como se sabe, es una amalgama de influencias o estilos donde prevalece un ritmo pujante, con destaque para las guitarras. Pero ¿cómo pudo un afroamericano de Seattle, vástago de lo que hoy se llamaría “una pareja disfuncional” ―sus padres eran alcohólicos― acaparar tanta fama? Quizás porque sospechaba que su tiempo estaba contado.

Dicen que fue un niño miedoso. Que con una escoba jugaba a tocar la guitarra. Una pantomima en cuyo sentido premonitorio nadie creía, hasta que ya con 15 años Jimi Hendrix adquirió una guitarra de segunda ―o de tercera― mano, por 5 dólares. Aprendió a tocar solo, guiado por la intuición e imitando a los autores de rythm and blues del momento. Se infiltró en la banda de una sinagoga, pero fue expulsado por prepotente.

PERSIGUIENDO UN ESTILO

Hendrix viviría 27 años, una edad con la que enigmáticamente han muerto Janis Joplin, Brian Jones, Jim Morrison, Kurt Kobain y Amy Winehouse, entre otros. Menos de la mitad de esa brevísima existencia le llevó mirar de frente al infinito. Después de licenciarse del ejército estadounidense emprendió una molesta peregrinación como guitarrista de apoyo en diferentes agrupaciones, en las que siempre se sintió postergado. Por fin en 1966 fundó su propia banda: Jimmy James and the Blue Flames. Entonces pudo componer y, sobre todo, experimentar. Buscaba sonidos ocultos en el cuerpo de la guitarra, aquellos que quizás tonificaran retroactivamente su niñez dolorosa.

La eclosión llegaría con The Jimi Hendrix Experience. El músico y productor Chas Chandler quería grabar en el Reino Unido un mítico tema del folklor norteamericano, “Hey, Joe” y probando candidatos tropezó con Hendrix. Todo lo que sobrevino a partir de ese hecho fue espectacular. Jimi Hendrix liberó las riendas de su talento y de sus demonios. Pasó de servidor a rey. Labró para su instrumento tanta fama como para sí mismo, mediante pruebas con los amplificadores y el sonido electrónico. Comenzó a destruir sus guitarras en plena actuación, tal vez como recordatorio de lo que sufrió para adquirir la primera de ellas. En 1967, en el Monterey Pop Festival, prendió fuego a una de la marca Fender Stratocaster. Otras fueron destrozadas contra el escenario, para mayor euforia de los espectadores.

Peor ―y perdón por el tono melodramático― sería el hecho de que, a la par que sus guitarras, Jimi Hendrix se destruía a sí mismo. Reforzó su relación con las drogas, que se lo pagarían con la muerte, en septiembre de 1970. En 1992 el Salón de la Fama del Rock and Roll lo registró en su nómina.  Y tú, ¿has escuchado últimamente “Purple Haze”? ¿Recuerdas la voz de borracho de Jimi en “Hey, Joe”?    

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