Don Manuel Pastor residía en el 45 de la madrileña calle de Fuencarral. Disponía de una renta anual de 15.000 pesetas, dinero que en el año 1902 significaba una auténtica fortuna. Los vecinos de Manuel, pensaban que vivía en una casa ricamente decorada y tan señorial como el barrio. Qué desagradable sorpresa se hubiesen llevado todos al conocer la realidad. El hombre, desde hacía un tiempo tenía muy resquebrajada su salud mental. Es cierto que disponía de una cocinera y una sirvienta, pero el hogar estaba lleno de trastos viejos y destartalados. Además, Manuel apenas comía nada. Tan solo un poco de chocolate, fiambre y algún dulce. El único lujo del que disfrutaba era dar un paseo hasta Moncloa con su sirvienta, Cecilia Aznar, en coche de caballos.
No solo vivía en la miseria pudiendo rodearse de lujos, sino que encima estaba obsesionado con morir a manos de un asesino. Por esta razón, despidió a la cocinera de la noche a la mañana, la cual, tuvo que refugiarse en el piso de la portera para no pernoctar en la calle. Únicamente se fiaba de Cecilia. La mujer que finalmente lo acabó matando el 22 de junio mientras dormía. El arma homicida fue una plancha que terminó totalmente abollada tras propinarle doce golpes al pobre señor Pastor.
La reacción de Cecilia Aznar tras cometer el crimen
Tras asesinar al infeliz de Manuel, Cecilia se marchó a su habitación para hacer dos cosas: comer galletas y escribirle una carta a su novio. En la misiva adjuntaba un billete de cien pesetas y unos cuanto pelos púbicos. Cecilia, la última romántica…
El botín de la asesina fue de 11.000 pesetas y 4.000 francos. Después, se cambió de ropa para marcharse de allí como alma que lleva el diablo. La única que vio cómo se marchaba portando una serie de cajas fue la portera, quien sospechó inmediatamente del comportamiento de Cecilia. Poco después, la propia portera decidió llamar a la puerta del piso de Manuel para asegurarse de que se encontraba en buen estado. Al no recibir respuesta, llamó a un familiar de la víctima, el cual acudió con un cerrajero. La imagen de Manuel con el cráneo destrozado en un charco de sangre les dejó sin aliento.
La policía, no tardó en hacer pública la foto de Cecilia. Había que capturar lo antes posible a semejante monstruo, cuyo crimen había conmocionado a toda la sociedad española de la época. La mujer, que muy inteligente no era, fue inmediatamente reconocida por un taxista que dijo haberla llevado a correos. Después, fue vista en Barcelona. Al poco de llegar, conoció a dos maleantes con los que se pegó la juerga de su vida en un hotel de lujo de la ciudad condal. Los delincuentes, fieles a sus principios, dejaron casi sin un real a la incauta asesina y la abandonaron a su suerte.
Finalmente, la policía la capturó antes de que consiguiese embarcar rumbo a América como siempre tuvo planeado. El juicio fue rápido, las pruebas en contra de la acusada eran irrefutables. La sentenciaron a muerte. Sin embargo, como Cecilia era madre de una niña de quince meses a la que, por cierto, había abandonado previamente, el rey Alfonso XIII se apiadó de ella y decidió conmutarle la pena a treinta años de prisión.
La fuga de Alcatraz se queda en paños menores al lado de la de Cecilia…
Una vez que Cecilia ingresa en el penal de Alcalá de Henares, hace mucha amistad con Antonia, una mujer que había sido encarcelada por adulterio. Ambas planean una impresionante fuga digna de una serie de Netflix. En primer lugar, tras conseguir un clavo de grandes dimensiones y una cuchara, Cecilia consigue arrancar la cerradura de su celda. Consigue liberar a su amiga, y las dos se dirigen al patio de la cárcel. Una vez allí, se introducen por una ventana al lavadero del penal desde donde fueron a parar al campo de equitación militar tras descender por una especie de cuerda hecha con sábanas anudadas. Después, huyeron lo más rápido que pudieron de allí.
Poco les duró la libertad a ambas mujeres, ya que fueron apresadas por una pareja de guardias civiles en Loeches, a tan solo quince kilómetros de Alcalá. Cecilia, fue nuevamente encerrada y desde ese momento su comportamiento mejoró notablemente. Se sabe que salió de prisión en 1937, cuando los republicanos abrieron las cárceles tras estallar la sangrienta Guerra Civil. Nunca más se volvió a saber nada sobre Cecilia Aznar, la asesina de la plancha.