Un frío día de noviembre de 1904 la esposa de Miguel Rejano comenzó a preocuparse tras varias jornadas sin saber nada de él. El vecino de Posadas se había marchado a Sevilla para resolver un asunto y nunca más se supo de él. La mujer acudió alarmada a la guardia civil. El hecho de que Rejano llevase encima 28.000 reales hizo que Francisca temiese lo peor sobre el destino que había podido sufrir su marido.
Su denuncia no fue tomada demasiado en serio, así que decidió contactar con un primo de Miguel, Juan Mohedano, para que le ayudase a encontrarlo. Juan consoló a la mujer como pudo y le prometió que se pondría manos a la obra inmediatamente. Una vez en Sevilla, Juan logró conocer a un ex policía, Laureano Rodríguez, que no tuvo inconveniente en ayudarle en su investigación todo lo que pudiera. Lo primero que hicieron fue visitar la fonda donde Miguel dijo que se alojaría. Una vez allí, descubrieron que un tal José Muñoz Lopera, procedente de Peñaflor, había visitado a Rejano.
Una pista en Peñaflor
Juan no duda en dirigirse a Peñaflor, donde consigue localizar a Lopera. Le pide información sobre el paradero de su primo, pero el hombre le explica que se encontró en la Fonda con Miguel para tratar sobre la venta de una ruleta que finalmente no se llevó a cabo. Muñoz Lopera no le dio muy mala espina, y en cuanto regresó a Sevilla le contó a Laureano sus sensaciones sobre aquel encuentro.
El ex policía también había hecho sus indagaciones. Le relató que había hablado con un tal José Borrego, un hombre muy aficionado al juego que había entablado conversación con Rejano en el café Novedades. Borrego supo que el desaparecido tenía pensado acudir a una timba de cartas y le pidió ir con él, sin embargo, este rehusó hacerlo ya que se trataba de una partida un tanto misteriosa. Prometió que le contaría todo a su regreso. Nunca pudo hacerlo.
Con la mosca detrás de la oreja, Juan vuelve a Peñaflor. Sabe que allí se encuentra la clave para descubrir el paradero de su querido primo. Entra en “Los Ecijanos”, el café más importante del pueblo. Allí consigue averiguar que el tal Lopera se encarga de montar partidas clandestinas en una finca muy conocida por poseer un huerto bastante grande. El propietario del terreno era Juan Andrés Aldije Monmejá, un francés oriundo de Agen. Por esta razón, dicha finca era conocida como «el huerto del francés». El gabacho se dedicaba a la usura, gracias a lo cual vivía como un rey. Tanto él como Lopera eran muy amigos. Una vez más, a Juan se le disparan todas las alarmas.
Mohedano decide poner en conocimiento del gobernador civil de Sevilla todas sus pesquisas. Laureano por su parte escribe todo lo que han descubierto en varios artículos que publica el periódico «El liberal», lo que provoca la alerta en la población. ¿Qué estaba ocurriendo en Peñaflor? ¿Dónde se encontraba Miguel Rejano? Pocas semanas después las autoridades por fin se ponen en marcha y llaman a declarar a los dos sospechosos, quienes en un primer momento salen en libertad sin cargos.
La carta misteriosa
Cuando todo parecía indicar que Lopera y Aldije se irían de rositas, Francisca recibe una carta anónima donde se le exige cierta cantidad de dinero a cambio de información sobre el paradero de Miguel. La mujer accede, concierta una cita con el informante, el cual aparece embozado para recoger el dinero. Antes de marcharse le confiesa que su marido está enterrado en el huerto del francés. Francisca queda devastada. Con las pocas fuerzas que aún le aguantan acude a las guardia civil para relatarles lo acontecido.
En cuanto el francés supo que las autoridades iban en su busca huyó. Juan estaba totalmente decidido a llegar hasta el final, así que se presentó en el tristemente conocido huerto, y con las herramientas y hombres necesarios comenzó a cavar la tierra. Tras varias horas de duro trabajo encontraron una primera calavera que presentaba muestras de haber recibido un golpe violento en la cabeza. Después, descubrieron más restos humanos y finalmente llegaron hasta el cuerpo de Miguel. Había sido asesinado a golpes. Estaba envuelto en un impermeable y conservaba su reloj de oro. En total, encontraron seis cadáveres.
La detención de Muñoz Lopera fue inmediata, el cual, le echó toda la culpa de los crímenes a Aldije quién se encontraba a punto de entrar en Portugal. Finalmente, se entregó porque la guardia civil había detenido a su mujer e hijo, al menos por ellos sí sintió cierta compasión. La familia del francés fue puesta en libertad, no sabían nada de los asuntos turbios del cabeza de familia.
Los terribles hechos
Según confesaron los detenidos, Lopera era el encargado de encontrar a las futuras víctimas. Las buscaba entre los amantes del juego que tuvieran una moral reguleras. Solía embaucarlos tentándoles con una timba clandestina en la finca de un hombre, el francés, que le encantaba el juego pero que era muy mal jugador y por lo tanto fácilmente desplumable. Las víctimas iban con la idea de pasar un buen rato y encima ganar algo de dinero a costa de un extranjero ingenuo.
Nada más lejos de la realidad. Lopera llevaba a los incautos por un sendero solitario, y cuando se encontraban cerca del huerto les gritaba: «¡Cuidado con la cañería!» En ese momento la víctima se agachaba, y era entonces cuando Lopera aprovechaba para darles un buen golpe en la cabeza con una barra de hierro que llevaba escondida. Al instante aparecía Aldije para propinarle el golpe de gracia. Después les robaban todo el dinero para finalmente enterrarlos en el macabro huerto.
La hora del juicio
El proceso se llevó a cabo entre el 5 y el 13 de marzo de 1906 en Sevilla. Muñoz Lopera decidió ponerse en huelga de hambre y Aldije aseguró que se había inculpado tras ser torturado por la guardia civil. Ninguna de estas triquiñuelas les sirvió para librarse de la pena de muerte. En total, fueron condenados a seis penas de muerte. Al escuchar la sentencia, Aldije comentó irónicamente: «¿Para qué tantas penas, si con una es suficiente?» No se cortaba un pelo el siniestro francés. El 31 de octubre de 1906, fueron ejecutados en cárcel del Pópulo de Sevilla. El verdugo no era muy ducho con el garrote vil, así que no atinó a la primera y la muerte no fue rápida para ninguno de los dos reos.
Dentro de la desgracia, fue una suerte que Juan Mohedano interviniese en la desaparición de su primo. Gracias a su ingenio y fuerza de voluntad evitó que futuras víctimas visitaran el huerto de la muerte mientras los criminales se sintieron señalados por sus investigaciones.
En 1978, se estrenó «El huerto del francés». Película escrita, dirigida y protagonizada por el mítico Paul Naschy. El elenco lo completaban María José Cantudo, Ágata Lys, José Calvo y Silvia Tortosa. El film estaba basado en los terribles hechos de 1904, aunque realizó diversos cambios como que en vez de un lugar clandestino de juego fuese un prostíbulo. Recordemos que era la época des destape y a nuestras queridas actrices se les pedía más mostrar cachas que talento. Si la queréis ver, está disponible en Youtube aunque la calidad de la copia no es muy buena, aunque solo por ver a Naschy en acción merece la pena.
Fuentes: «Una historia de la policía nacional» de Carlos Fernández Barallobre
No conocía el caso ni la película
La película te la puedes ahorrar…