En la zona más occidental del norte de Navarra, donde muere el sol en los equinoccios de primavera y otoño, a los pies del valle del río Aragón, haciendo muga con la provincia de Huesca, se encuentra la Sierra de Leyre o Errondo. A sus pies, el pantano de Yesa y completa un paisaje de gran belleza el Monasterio de Leyre, referente del Románico de España, del que tenemos conocimiento ya en el siglo IX.
El monasterio de San Salvador de Leyre, o como comúnmente es más conocido monasterio de Leyre (Leireko San Salbatore monasterioa en euskera), es uno de los conjuntos monásticos más importantes por su relevancia histórica de España de la Ordo Sancti Benedicti (O.S.B.), de la Orden de San Benito.
Expulsados de Pamplona por Abd-al-Rahman III, el rey de Navarra y el obispo de Pamplona, tras él saqueó de las tropas moras en 924, refugiáronse en el monasterio de Leyre, que se trocó desde entonces en lugar emblemático del reino de Navarra.
Leyre acogió a la corte y se convirtió en el templo de los futuros reyes de Navarra, cuyo máximo exponente, Sancho el Mayor consideró al monasterio de Leyre como “centro y corazón de mi reino”. En la misma época y por la misma razón se instauró la costumbre futura de elegir al obispo de Pamplona de entre los monjes de Leyre.
Como consta en un documento de la Diputación Foral: “Leyre es la reliquia mayor de Navarra. Tal vez no existiría Navarra si no existiese Leyre. En sus viejas piedras está la razón del Reino Pirenaico, que nació precisamente en estas sierras y en estas tierras”.
Como todo lugar sacro son varias las leyendas que envuelven esta espléndida obra arquitectónica del románico, pero la leyenda que os traigo hoy es la de San Virila.
Nombre este que cuando descubrí la leyenda me llevó a confusión, siendo un monasterio monacal de frailes, me resultaba del todo incomprensible que entre sus muros conviviese entre los monjes una monja de nombre Virila; no había reparado en que era San de santo y no de santa. Aclarado este punto, o enredándolo del todo, quizás, este santo con nombre que a mí me sonaba a femenino, era en realidad el primer ser humano con una personalidad binaria. Empiezo a disparatarme, mejor me ajusto a la leyenda.
Una primaveral tarde antes del primer milenio, el abad San Virila, salió a pasear por la Sierra de Errando. Los primeros calores hacían que sus ropajes se adhiriesen a su piel, sudoroso y sediento, condujo sus pasos hasta una fuente donde el agua caía en un arroyo que desembocaba varios metros más abajo en el río Aragón. Una vez saciada su sed, se acomodó contra una peña y allí, recostado, descansó placidamente trescientos años en las hondonadas de la Sierra de Errando oyendo cantar extasiado a un ruiseñor, una bella tonadilla, en el claro del bosque, junto al manantial por dónde fluían las cristalinas aguas hasta el río Aragón.
Cuando despertó de la mística experiencia de recogimiento, bajó embebido de una gran paz al monasterio de Leyre, donde se encontró con que los monjes vestidos de blanco y no del color de su hábito, eran todos desconocidos y que estos, a su vez tampoco sabían quién era él.
Repetía desconcertado al desconocido portero monacal, que su nombre era Virila y que era el abad de aquel Cenobio. Lo condujeron ante el abad de Leyre, este le pidió que le dijese qué año del señor era y que repitiese su nombre.
El Abad mandó llamar al fraile encargado de los registros monacales, porque quería sonarle la historia de la desaparición de un abad tiempos atrás. El archivero también recordaba haber oído que hacía 300 años el abad Virila había desaparecido para siempre en el bosque de la Sierra de Leyre. Fue entonces cuando, tanto el abad y el resto de la congregación de Benedictinos dieronse cuenta de que aquel monje era quien decía ser y que había permanecido 3 siglos descansando en éxtasis junto a una fuente en Errondo.
Todo ese tiempo místico que para él transcurrió en unos minutos, los vivió tumbado, contemplativo. Sesenta lustros, ajeno a las nieves del invierno, a la subida del caudal del río Aragón y al renacer de la vida en primavera, a los pastos de verano, a la recogida de la cosecha en otoño, desconocedor de ninguno los hechos históricos que se sucedieron en Navarra en todo ese tiempo, sin que ningún ser humano pasase por allí rompiendo su prolongado recogimiento y espiritualidad.
Esta leyenda es una versión del noroeste de Navarra de la gran leyenda del ermitaño que pidió a Dios le diese a conocer lo que es la visión beatífica y la de cómo pasa el tiempo en Su gloriosa presencia.
Leyenda o hecho real, lo cierto es que en el año de nuestro Señor del 928, Virila (o Viril) fue abad del monasterio de San Salvador de Leyre. Tradiciones orales posteriormente recogidas en los archivos del monasterio, cuentan que el hermano Virila, nació en el vecino pueblo de Tiermas. Hay un documento del año 928 en el que el abad Virila comparece ante la diócesis de Pamplona, lo que atestigua que existió realmente.
“Se puede asimismo acreditar su culto desde los días de Sancho el Mayor. Un paquete de ocho diplomas del siglo Xl nos muestra a San Virila asociado con las Santas Mártires. El calendario cisterciense de Leyre le incluía entre los santos auténticos. Sus reliquias, después de varias vicisitudes en los azarosos días del siglo XIX. se encuentran ahora, de nuevo en su monasterio. Incluso en el monte, en uno de los más bellos parajes de la Sierra, se muestra tan visitada de montañeros y excursionistas, la “fuente de San Virila”. Un lugar en el que mana una fina corriente de agua a la que hoy mismo van los pájaros con alegre y animadísima complacencia.”
Fuentes:
- Web del Monasterio de Leyre
- Web de Rutas con historia
- Leyendas y tradiciones de la web Padul Cofrade
- Web de Vive el Camino
- Web TripNavarra
Ya quisiera yo tener esa siesta!!!. Muy bonito el artículo,me encanta aprender contigo❤️❤️❤️.
Mil gracias, Maribel